¡Por una nueva conferencia de Zimmerwald para enfrentar el desastre planetario!
Se propone en esta nota que el cambio climático actual estaría adquiriendo el carácter de un factor catastrófico de “orden terminal” en la dinámica histórica, entendiéndose por esto un tipo de factor histórico que, tanto por sus probables consecuencias sobre el medio natural y la vida humana, así como también por su papel como catalizador (acelerador) de las contradicciones económicas, sociales y políticas del presente, tendría el potencial de gatillar una “crisis terminal” (o colapso) del sistema capitalista y la civilización moderna. Asimismo, teniendo en cuenta la naturaleza del proceso ambiental y geológico implicado en el calentamiento global, por ejemplo los peligros asociados al deshielo del Ártico y a las actuales liberaciones de metano en zonas polares y circumpolares del hemisferio norte, el cambio climático podría actuar como detonante de un fenómeno (fulminante) de extinción de la vida terrestre, esto siguiendo los planteamientos de un importante grupo de científicos sobre este tema. Considerando lo anterior, proponemos el desarrollo de tres grandes escenarios históricos (posiblemente concatenados entre sí) como consecuencia probable del avance de la crisis ecológica: crisis estructural, colapso civilizatorio y extinción masiva. Discutimos desde aquí la necesidad de declarar un “estado de emergencia” entre las organizaciones anti-capitalistas alrededor del mundo con respecto a esta amenaza, superior a todas a las cuales el hombre se haya enfrentado jamás. Esto con el objetivo de iniciar un proceso inmediato de reflexión, discusión y acción conjunta con relación a la misma. Destacamos así la urgencia que tendría la convocatoria de una “Nueva Conferencia de Zimmerwald”, asumiendo con esto el desafío entre las organizaciones anti-capitalistas de rediscutir el programa de la dictadura del proletariado y el horizonte comunista de cara a los nuevos e inéditos peligros a los que la humanidad parece aproximarse. Esto tal y como hizo el puñado de revolucionarios que, ante el estallido de la Primera Guerra Mundial, participaron de la convocatoria a la primera conferencia de Zimmerwald hace exactamente un siglo.
Entendemos, sin embargo, que producto de la derrota de la revolución proletaria durante el siglo XX y el tiempo de sobrevida que aquella brindó al capitalismo, permitiéndole a éste exacerbar las contradicciones económicas, sociales, políticas y ecológicas planetarias a niveles nunca vistos, el desarrollo de un desastre ecológico y social planetario sería prácticamente imposible de evitar. Esto tal como ocurrió, aunque a una escala menor si consideramos las posibles repercusiones que podría llegar a tener hoy el cambio climático, con el estallido de la Primera Guerra Mundial y la incapacidad que tuvieron las fuerzas revolucionarias para impedir su inicio. De este modo, tal como en 1914, las fuerzas reaccionarias que nos conducen a un desastre de magnitudes tan inimaginables como las que tuvo en su momento el inicio de la Gran Guerra, cuentan hoy con una fuerza tan avasallante que nada parece ser capaz de detenerlas.
Aun así, teniendo en cuenta esta situación adversa, caracterizada por la ausencia de procesos revolucionarios clásicos, planteamos que los fenómenos de desestabilización y crisis estructural que traerá consigo el desastre ecológico, exacerbando al límite las contradicciones económicas, políticas y sociales internacionales, deberían alentar el desarrollo de un nuevo ascenso revolucionario mundial de magnitudes quizás insospechadas. Esto último, por lo menos, durante el periodo inicial de la crisis ecológica, momento durante el cual podría volver a ser posible el impulso de una política revolucionaria anti-capitalista que, tal como en décadas pasadas, se haga carne en cientos de millones alrededor del mundo.
Y si consideramos los devastadores efectos que tendrá el cambio climático en los próximos años, esto tal como vienen alertando insistentemente una serie de investigaciones científicas, todo indica que será precisamente del avance de una política como la anterior (anti-capitalista) de la cual podría llegar a depender el destino de la humanidad completa. Esto ya que es evidente que no existe ninguna chance de combatir las causas estructurales que se encuentran en la base de la actual crisis ecológica en tanto la sociedad capitalista no sea extirpada de raíz. Lo anterior mediante una revolución mundial que permita arrebatar a los capitalistas las riquezas materiales e intelectuales que tienen secuestradas, poniéndolas al servicio de la humanidad en su conjunto y permitiendo así la abolición de las caducas jerarquías de clase y la creación de una sociedad comunista basada en la planificación racional de la economía y el desarrollo tecno-científico. En otras palabras, el único modelo de sociedad capaz de brindarnos una alternativa de sobrevivencia (y civilización) ante la hecatombe planetaria a la cual estaríamos aproximándonos.
No podemos olvidar aquí, precisamente, que ha sido el capitalismo y su estructura económica y social “faraónica” (arcaica) el principal responsable de la crisis ecológica global en curso. Ejemplo de esto último es la actual distribución mundial de riquezas en la cual el 1% de la humanidad posee aproximadamente la misma cantidad que el 99% restante, generando lo anterior un patrón de sobre-consumo irracional en donde el 20% de los habitantes del planeta se apropian de más del 80% de los recursos a nivel global. Todo esto mientras más de mil millones de personas viven hoy en el hambre absoluta, existiendo a la vez alimentos suficientes para una población de más de 12 mil millones, es decir una cifra muy superior a los 7 mil millones que componen la población mundial en la actualidad. Otro ejemplo de lo mismo ha sido la decisión (suicida) de las corporaciones capitalistas de impedir una transición tecnológica desde un patrón productivo basado en los combustibles fósiles a uno que tenga como eje la utilización de energías limpias, esto debido a la resistencia de los grandes grupos económicos ligados a la industria petrolífera y a las diversas ramas productivas asociadas a aquella.
Queda claro así, a la luz de estos datos, que esperar que el capitalismo brinde una respuesta al verdadero test de sobrevivencia que podría significar el derrumbe ecológico-social que estaría a punto de producirse, sería como pretender que un simio resolviera una ecuación matemática altamente compleja, quizás la más compleja a la cual se ha enfrentado el Homo sapiens jamás. ¡No! Ninguna respuesta puede esperarse del capital, sus gobiernos, sus instituciones o sus partidos políticos. El capital, devenido en un virus asesino, no representa hoy más que una amenaza evolutiva (existencial) para nuestra especie. ¡Por la evolución, entonces, debemos aniquilarlo! Y es que… ¿puede acaso concebirse hoy otro punto de inicio para una política ecológica?
Ahora bien, tomando en consideración la situación política internacional (ausencia de procesos revolucionarios clásicos) y las actuales condiciones ecológico-planetarias, las que presentarían un nivel de deterioro que habría alcanzado ya un “punto de no retorno”, creemos que cualquier ascenso revolucionario futuro debe ser pensado, como dijimos anteriormente, asumiendo un escenario de desastre no sólo inminente, sino que de dimensiones inéditas. Esto último, otra vez, tal como ocurrió en el caso del horizonte histórico al que debieron enfrentarse los marxistas revolucionarios durante las primeras décadas del siglo XX, caracterizadas por el desarrollo de una gran cantidad de fenómenos reaccionarios de magnitudes no vistas hasta ese entonces. Ejemplos de estos fenómenos fueron, entre otros, el estallido de las Guerras Mundiales y el ascenso del Fascismo, los cuales alcanzaron en cierto momento del proceso histórico (tal como en el caso de la crisis climática hoy) una dinámica imparable.
Proponemos aquí el concepto de revoluciones en el abismo a modo de una representación gráfica del perfil que podrían tomar los procesos revolucionarios en el futuro, buscando con esto reconocer los elementos comunes y las diferencias que existirían entre aquellos y los de comienzos del siglo pasado. Uno de estos elementos comunes se encontraría, según pensamos, en el desarrollo de una potencial crisis generalizada (estructural) del sistema capitalista, asociada a un importante salto de calidad en el grado de descomposición de este último. Lo anterior tal como en el caso de la crisis capitalista que inauguró el estallido de la primera gran guerra y que se extendió hasta el cierre de la segunda guerra mundial y la firma de los acuerdos de Yalta y Postdam. Ahora bien, si el periodo 1914-1917 marcó el punto culminante y explosivo del inicio de esta crisis, la situación actual poseería todavía un carácter introductorio.
Paralelamente, resaltamos con el concepto de “revoluciones en el abismo” el hecho de encontrarnos ante una situación histórica con perspectivas radicalmente diferentes a las que enfrentaron los revolucionarios en el pasado, esto incluso en los escenarios más adversos. Nos referimos en este punto, principalmente, al avance inminente de un potencial colapso del capitalismo y la civilización moderna, esto como producto de la combinación de los efectos del cambio climático y el factor catalizador que podría jugar aquel en las futuras crisis económicas, sociales y políticas mundiales. Destacamos así, por lo tanto, la posibilidad del desarrollo de revoluciones que podrían verse inmersas, de iniciarse un fenómeno de colapso de la civilización, en una situación de disolución progresiva de las bases objetivas de la revolución obrera y la lucha de clases moderna, aquello tal como fueron concebidas por Marx y Engels en los orígenes del Socialismo científico. En términos de la perspectiva de la revolución proletaria, esto quiere decir que si el nacimiento del imperialismo implicó la madurez de las condiciones objetivas para la revolución socialista mundial, una perspectiva de colapso civilizatorio contendría en sí una potencial “involución histórica” capaz de poner en riesgo la permanencia de dicho horizonte.
Discutimos lo anterior a partir de dos intuiciones teóricas de la tradición marxista:
1-La existencia de un horizonte histórico alternativo al triunfo de la Revolución obrera y la perspectiva comunista: la barbarie, posibilidad contenida en la célebre frase de Rosa Luxemburgo “Socialismo o Barbarie”. En otras palabras, el tipo de resolución negativa (catastrófica) de la lucha de clases moderna a la cual habría hecho referencia el Manifiesto Comunista en su alusión a una posible “destrucción mutua de las clases fundamentales en conflicto”.
2-Las reflexiones de Marx y Engels en torno al concepto de naturaleza, pudiendo entreverse en aquellas el riesgo de una potencial crisis terminal del capitalismo, esto como producto de su enajenación respecto al medio natural (vía enajenación del trabajo). Desde aquí, pensamos igualmente que otra de las intuiciones teóricas de Marx al afirmar que “ningún sistema social deja la escena histórica sin antes dar todo de sí”, adquiriría hoy su pleno significado histórico: es decir, la madurez de las condiciones objetivas para la autodestrucción de la sociedad capitalista.
A nivel concreto, esto último tomaría la forma de una posible reactualización de la vieja teoría de la catástrofe malthusiana, la cual aunque refutada en su momento por Marx y Engels, podría estar adquiriendo hoy un nuevo tipo de actualidad histórica, alimentada esta vez por la propia descomposición del sistema capitalista. Las bases de este peligro se encontrarían, parafraseando a Trotsky, en el desarrollo de una dinámica en tijeras (exponencial) de las tensiones estructurales del presente asociadas a la doble contradicción capital-trabajo y capital-naturaleza, la que podría sintetizarse hoy en el desarrollo de un tercer tipo de contradicción epocal: capital-existencia humana. Ejemplo de lo anterior es la situación histórica contemporánea caracterizada por el desarrollo de una inminente crisis ecológica y de recursos planetaria sin precedentes y, por otro lado, la existencia de un estado de desarrollo tecnológico cada vez más insuficiente para lidiar con la magnitud que podría tomar aquella.
En términos epocales, estaría planteado así el inicio de una última “carrera de velocidades” entre el horizonte revolucionario moderno (cuyas bases objetivas podrían comenzar a erosionarse) y su antinomia histórica: el colapso civilizatorio, cuyo avance podría ser pronto acelerado por los efectos de la crisis ecológica mundial en curso. Colapso civilizatorio que contendría, a su vez, el germen de un riesgo aún más definitivo: la extinción humana, esto como consecuencia del desarrollo del nuevo fenómeno de extinción planetaria que, siguiendo lo planteado por una serie de estudios, ha comenzado ya a dar sus primeros pasos: la sexta extinción masiva de la vida terrestre.
Con todo, pensamos que sería todavía posible “extender” los límites del horizonte revolucionario moderno más allá, incluso, de la propia vigencia de las condiciones objetivas que lo hicieron posible, esto por lo menos durante un cierto periodo y bajo circunstancias específicas. Destacamos así, por lo tanto, la posibilidad teórica del estallido de futuros procesos revolucionarios que presenten un carácter “bi-epocal”; es decir, revoluciones sociales que aunque tengan su origen en el marco histórico moderno, sean capaces de atravesar (en el contexto apropiado) los límites de este último, aquello en la medida en que el propio mundo moderno que permitió su desarrollo inicial comience a desmoronarse. La dinámica de estas revoluciones bi-epocales podría graficarse, entonces, al modo de una flecha impulsada por una fuerza de aceleración originada en un contexto pasado (mundo moderno) y que esta capacitada para continuar, gracias a un fenómeno particular (inducido) de inercia histórica, su trayectoria hacia su objetivo final: la sociedad comunista, aunque ahora en un contexto epocal radicalmente distinto al anterior. Aquello hasta el momento en que dicha fuerza de inercia se agote, o bien hasta que la flecha en cuestión pueda encontrar, en condiciones favorables, una nueva “plataforma de lanzamiento” desde donde ser reimpulsada.
Siguiendo esta metáfora, la fuerza mecánica originada por un determinado instrumento de disparo simbolizaría las condiciones objetivas (modernas) que harían posible el avance inicial de dichos procesos revolucionarios futuros, constituyendo la fuerza de inercia de estos últimos el papel del factor subjetivo en un escenario histórico en “fase de derrumbe”: es decir, que presenta bases objetivas en “estado de disolución”. Finalmente, los “puntos de apoyo” que pueda alcanzar la revolución socialista en un potencial escenario de colapso civilizatorio (o bien, en términos de nuestra metáfora, las plataformas de lanzamiento desde las cuales sería posible reimpulsar nuestro “proyectil revolucionario”), requerirían ser alcanzados (construidos) con anterioridad al momento de colapso en sí; en otras palabras, durante el periodo de crisis estructural previa. Esto al modo de las trincheras construidas en un campo de batalla, antes de la batalla misma.
Lo anterior supone, entre otras cosas, el desafío estratégico de comenzar a reflexionar en torno a las vías por las cuales impulsar la lucha por una sociedad comunista no sólo ante un escenario de crisis estructural (similar en gran medida a aquellas que el capitalismo ha experimentado en el pasado), sino que además, de ser necesario, en medio de una crisis civilizatoria que amenace con tirar abajo los propios fundamentos del mundo moderno. Dicho de otra manera, revoluciones sociales al calor de una potencial dislocación fundamental del modo de producción capitalista, el comercio mundial, el estado nación, el imperialismo, la vida urbana, el desarrollo científico-tecnológico y la propia lucha de clases moderna. Y aunque es cierto que lo anterior constituye todavía un escenario hipotético, su validez radica en la propia objetividad de las variables consideradas en aquel. Es decir, las consecuencias potencialmente explosivas del cambio climático al nivel del desarrollo social, el grado inédito que ha alcanzado hoy la descomposición capitalista y, por último, la naturaleza catastrófica-terminal de los peligros que se desprenden de la combinación de dichas variables. Todo esto teniendo en cuenta, como ya dijimos, la existencia de un estado de desarrollo tecnológico cada vez más insuficiente para lidiar con la dimensión (cada vez mayor) de estos peligros.
Peligros mortales, definitivos, que comienzan ya a cernirse sobre el horizonte histórico y que podrían tomar pronto la forma no sólo de algunas de las principales amenazas a las cuales se ha enfrentado la humanidad en su historia, sino que además replicar, en pleno siglo XXI, los mismos procesos que gatillaron, en el más remoto pasado geológico, el avance de los distintos fenómenos de extinción masiva que ha experimentado la Tierra. Extinciones planetarias que hicieron sucumbir, tal como la ocurrida al fin del periodo pérmico, a una gran parte de las especies naturales. Esto último, tal como comienza a reconocer un grupo cada vez más nutrido de científicos alrededor del mundo, producto de las fenomenales fuerzas destructivas que el capitalismo ha desatado en su desenfreno maniático.
Creemos así que con el objetivo de prepararnos ante el posible apocalipsis ecológico-civilizatorio al cual estaríamos aproximándonos, apocalipsis que como hemos dicho podría implicar la necesidad de llevar la lucha por un horizonte comunista hasta un escenario (ahora sí) “post-moderno”, nos veremos obligados a echar mano de todos los “recursos programáticos” de la tradición revolucionaria y la lucha de clases en su historia. Y es que ¿cómo podríamos hacer frente a un escenario de barbarie absoluta, por ejemplo de producirse un incremento de 2 o 3 grados centígrados de la temperatura global, sin contar con la voluntad de lucha que inspiró a algunos de los líderes de las primeras revoluciones modernas tales como Cromwell, Robespierre, Saint Just o Marat, todos ellos ejemplos de decisión ante el desastre? Asimismo, ¿cómo podríamos resistir el golpe de un verdadero armagedón planetario, esto en el caso de que la temperatura alcance los 4 grados centígrados de aumento en las próximas décadas, sin el espíritu de redención que caracterizó a las primeras corrientes comunistas mesiánico-igualitarias: por ejemplo las representadas por Dulcino, Müntzer, Roux o Babeuf? O bien, ¿cómo podríamos llegar a soportar “la caída de todo lo existente”, de cumplirse las peores predicciones en torno al calentamiento global, sin tener en cuenta el coraje de todos aquellos líderes indígenas que debieron enfrentar en el pasado el colapso de sus respectivas sociedades, por ejemplo los caudillos Lautaro (mapuche), Túpac Amaru II (andino) o María Angata (rapanui)? Finalmente, ¿cómo seriamos capaces de sobrevivir un dantesco escenario de aumento de la temperatura terrestre en 5 o 6 grados centígrados (¡o más!) durante el presente siglo, escenario que haría prácticamente inhabitable la mayor parte del planeta, sin tomar en consideración las ideas de los socialistas utópicos del siglo XIX y sus modelos alternativos de sociedad?
Con todo, no queremos decir con lo anterior que el Socialismo científico y las experiencias revolucionarias obreras de los últimos siglos no deban continuar jugando un papel clave (prioritario) como guías para la acción revolucionaria. Más bien, a lo que apuntamos es a que sería necesario emprender un reacondicionamiento del programa marxista de cara a los posibles escenarios históricos (inéditos) a los cuales la revolución deba enfrentarse en el futuro, aquello tal como hizo la generación de marxistas de la primera mitad del siglo XX al consumarse la transformación del capitalismo de libre competencia en capitalismo imperialista. Esto último considerando los posibles escenarios futuros de la lucha de clases moderna (…y más allá de la misma si es necesario), así como también dando cabida a un mayor diálogo entre la tradición marxista clásica y sus precedentes teóricos: Socialismo utópico, tradición comunista-ilustrada francesa, corrientes mesiánico-igualitarias medievales, etc.
Llevado a un ámbito programático, esto significa comenzar a repensar los problemas fundamentales de la lucha de clases tales como la toma del poder, la insurrección, la dictadura del proletariado, el periodo de transición, el partido obrero, la internacional, la lucha política, etc., desde una evaluación detallada de los potenciales cursos que pueda (o no) tomar el proceso histórico, considerando para ello el papel históricamente disruptivo (terminal) de la crisis ecológica. Todo esto discutiendo la articulación de dichos problemas tanto con el avance de un posible escenario (tradicional) de crisis estructural capitalista, así como también la probable hibridación de este último con dinámicas catastróficas potencialmente inéditas que, aunque todavía hipotéticas, podrían constituir una realidad muy contundente durante el transcurso del presente siglo. Aquello sobre todo si tenemos en cuenta, como ya mencionamos, las recientes informaciones provenientes del ámbito científico en torno a las desastrosas consecuencias que traerá el calentamiento global en los próximos años, así como también si consideramos el verdadero callejón sin salida económico, social, político y ecológico al que parece habernos llevado la podredumbre capitalista en su fase de decadencia absoluta.
No podemos olvidar aquí que el capitalismo ya ha demostrado, en contadas ocasiones durante el siglo pasado, su vocación destructiva. Guerras mundiales, bombardeos atómicos, carrera nuclear, centenares de guerras regionales, sangrientos golpes de estado, hambrunas continentales, miseria abismal, explotación sin límites, destrucción medio-ambiental a escala planetaria. Década tras década, ha sido el mismo capitalismo el cual ha venido cavando no sólo su propia tumba, sino que la de cada habitante y especie natural de este planeta. Ha sido el mismo capitalismo, en definitiva, el que ha venido preparando, paciente y cotidianamente, un descalabro de proporciones bíblicas. Y no podemos olvidar tampoco que, al no haber sido frenado a tiempo por los procesos revolucionarios del pasado, el desenfreno capitalista se ha desarrollado a un ritmo tan enloquecido e insospechado que sólo un idiota (o un ciego) tendrían problemas para reconocer que hoy, efectivamente, “lo peor es posible”. No puede sorprendernos, por lo tanto, el hecho de que nos veamos ahora ante la escabrosa tarea de pensar la revolución ante escenarios que, tal como han comenzado a sugerir una serie de importantes centros de investigación alrededor del mundo, podrían ponernos en el próximo cuarto de siglo ante una realidad que pareciera ser sacada más bien de una novela o película futurista.
Pero este es un efecto común… ¿Quién habría imaginado en 1930 que la capital intelectual del mundo, Alemania, seria dominada por un nuevo tipo de inquisición semi-secular? ¿Quién habría pensado al estallar la II Guerra Mundial en Auschwitz o en la “Solución Final”, o bien en el apocalipsis nuclear de Hiroshima y Nagasaki? ¡Nadie! Y es que el capitalismo ha tenido siempre una virtud: su ingenio insuperable para el horror. Hoy, el capitalismo lo ha hecho otra vez… Justo cuando comenzábamos a pensar, ingenuamente, en la posibilidad de una nueva oportunidad revolucionaria tal como las anteriores, el capitalismo ha utilizado su “último as”: su auto-destrucción inminente y con ello la posible aniquilación del género humano. Con esto, el “hábil” capitalismo nos ha puesto, nuevamente, ante una situación desesperada.
Entendemos, sin embargo, que producto de la derrota de la revolución proletaria durante el siglo XX y el tiempo de sobrevida que aquella brindó al capitalismo, permitiéndole a éste exacerbar las contradicciones económicas, sociales, políticas y ecológicas planetarias a niveles nunca vistos, el desarrollo de un desastre ecológico y social planetario sería prácticamente imposible de evitar. Esto tal como ocurrió, aunque a una escala menor si consideramos las posibles repercusiones que podría llegar a tener hoy el cambio climático, con el estallido de la Primera Guerra Mundial y la incapacidad que tuvieron las fuerzas revolucionarias para impedir su inicio. De este modo, tal como en 1914, las fuerzas reaccionarias que nos conducen a un desastre de magnitudes tan inimaginables como las que tuvo en su momento el inicio de la Gran Guerra, cuentan hoy con una fuerza tan avasallante que nada parece ser capaz de detenerlas.
Aun así, teniendo en cuenta esta situación adversa, caracterizada por la ausencia de procesos revolucionarios clásicos, planteamos que los fenómenos de desestabilización y crisis estructural que traerá consigo el desastre ecológico, exacerbando al límite las contradicciones económicas, políticas y sociales internacionales, deberían alentar el desarrollo de un nuevo ascenso revolucionario mundial de magnitudes quizás insospechadas. Esto último, por lo menos, durante el periodo inicial de la crisis ecológica, momento durante el cual podría volver a ser posible el impulso de una política revolucionaria anti-capitalista que, tal como en décadas pasadas, se haga carne en cientos de millones alrededor del mundo.
Y si consideramos los devastadores efectos que tendrá el cambio climático en los próximos años, esto tal como vienen alertando insistentemente una serie de investigaciones científicas, todo indica que será precisamente del avance de una política como la anterior (anti-capitalista) de la cual podría llegar a depender el destino de la humanidad completa. Esto ya que es evidente que no existe ninguna chance de combatir las causas estructurales que se encuentran en la base de la actual crisis ecológica en tanto la sociedad capitalista no sea extirpada de raíz. Lo anterior mediante una revolución mundial que permita arrebatar a los capitalistas las riquezas materiales e intelectuales que tienen secuestradas, poniéndolas al servicio de la humanidad en su conjunto y permitiendo así la abolición de las caducas jerarquías de clase y la creación de una sociedad comunista basada en la planificación racional de la economía y el desarrollo tecno-científico. En otras palabras, el único modelo de sociedad capaz de brindarnos una alternativa de sobrevivencia (y civilización) ante la hecatombe planetaria a la cual estaríamos aproximándonos.
No podemos olvidar aquí, precisamente, que ha sido el capitalismo y su estructura económica y social “faraónica” (arcaica) el principal responsable de la crisis ecológica global en curso. Ejemplo de esto último es la actual distribución mundial de riquezas en la cual el 1% de la humanidad posee aproximadamente la misma cantidad que el 99% restante, generando lo anterior un patrón de sobre-consumo irracional en donde el 20% de los habitantes del planeta se apropian de más del 80% de los recursos a nivel global. Todo esto mientras más de mil millones de personas viven hoy en el hambre absoluta, existiendo a la vez alimentos suficientes para una población de más de 12 mil millones, es decir una cifra muy superior a los 7 mil millones que componen la población mundial en la actualidad. Otro ejemplo de lo mismo ha sido la decisión (suicida) de las corporaciones capitalistas de impedir una transición tecnológica desde un patrón productivo basado en los combustibles fósiles a uno que tenga como eje la utilización de energías limpias, esto debido a la resistencia de los grandes grupos económicos ligados a la industria petrolífera y a las diversas ramas productivas asociadas a aquella.
Queda claro así, a la luz de estos datos, que esperar que el capitalismo brinde una respuesta al verdadero test de sobrevivencia que podría significar el derrumbe ecológico-social que estaría a punto de producirse, sería como pretender que un simio resolviera una ecuación matemática altamente compleja, quizás la más compleja a la cual se ha enfrentado el Homo sapiens jamás. ¡No! Ninguna respuesta puede esperarse del capital, sus gobiernos, sus instituciones o sus partidos políticos. El capital, devenido en un virus asesino, no representa hoy más que una amenaza evolutiva (existencial) para nuestra especie. ¡Por la evolución, entonces, debemos aniquilarlo! Y es que… ¿puede acaso concebirse hoy otro punto de inicio para una política ecológica?
Ahora bien, tomando en consideración la situación política internacional (ausencia de procesos revolucionarios clásicos) y las actuales condiciones ecológico-planetarias, las que presentarían un nivel de deterioro que habría alcanzado ya un “punto de no retorno”, creemos que cualquier ascenso revolucionario futuro debe ser pensado, como dijimos anteriormente, asumiendo un escenario de desastre no sólo inminente, sino que de dimensiones inéditas. Esto último, otra vez, tal como ocurrió en el caso del horizonte histórico al que debieron enfrentarse los marxistas revolucionarios durante las primeras décadas del siglo XX, caracterizadas por el desarrollo de una gran cantidad de fenómenos reaccionarios de magnitudes no vistas hasta ese entonces. Ejemplos de estos fenómenos fueron, entre otros, el estallido de las Guerras Mundiales y el ascenso del Fascismo, los cuales alcanzaron en cierto momento del proceso histórico (tal como en el caso de la crisis climática hoy) una dinámica imparable.
Proponemos aquí el concepto de revoluciones en el abismo a modo de una representación gráfica del perfil que podrían tomar los procesos revolucionarios en el futuro, buscando con esto reconocer los elementos comunes y las diferencias que existirían entre aquellos y los de comienzos del siglo pasado. Uno de estos elementos comunes se encontraría, según pensamos, en el desarrollo de una potencial crisis generalizada (estructural) del sistema capitalista, asociada a un importante salto de calidad en el grado de descomposición de este último. Lo anterior tal como en el caso de la crisis capitalista que inauguró el estallido de la primera gran guerra y que se extendió hasta el cierre de la segunda guerra mundial y la firma de los acuerdos de Yalta y Postdam. Ahora bien, si el periodo 1914-1917 marcó el punto culminante y explosivo del inicio de esta crisis, la situación actual poseería todavía un carácter introductorio.
Paralelamente, resaltamos con el concepto de “revoluciones en el abismo” el hecho de encontrarnos ante una situación histórica con perspectivas radicalmente diferentes a las que enfrentaron los revolucionarios en el pasado, esto incluso en los escenarios más adversos. Nos referimos en este punto, principalmente, al avance inminente de un potencial colapso del capitalismo y la civilización moderna, esto como producto de la combinación de los efectos del cambio climático y el factor catalizador que podría jugar aquel en las futuras crisis económicas, sociales y políticas mundiales. Destacamos así, por lo tanto, la posibilidad del desarrollo de revoluciones que podrían verse inmersas, de iniciarse un fenómeno de colapso de la civilización, en una situación de disolución progresiva de las bases objetivas de la revolución obrera y la lucha de clases moderna, aquello tal como fueron concebidas por Marx y Engels en los orígenes del Socialismo científico. En términos de la perspectiva de la revolución proletaria, esto quiere decir que si el nacimiento del imperialismo implicó la madurez de las condiciones objetivas para la revolución socialista mundial, una perspectiva de colapso civilizatorio contendría en sí una potencial “involución histórica” capaz de poner en riesgo la permanencia de dicho horizonte.
Discutimos lo anterior a partir de dos intuiciones teóricas de la tradición marxista:
1-La existencia de un horizonte histórico alternativo al triunfo de la Revolución obrera y la perspectiva comunista: la barbarie, posibilidad contenida en la célebre frase de Rosa Luxemburgo “Socialismo o Barbarie”. En otras palabras, el tipo de resolución negativa (catastrófica) de la lucha de clases moderna a la cual habría hecho referencia el Manifiesto Comunista en su alusión a una posible “destrucción mutua de las clases fundamentales en conflicto”.
2-Las reflexiones de Marx y Engels en torno al concepto de naturaleza, pudiendo entreverse en aquellas el riesgo de una potencial crisis terminal del capitalismo, esto como producto de su enajenación respecto al medio natural (vía enajenación del trabajo). Desde aquí, pensamos igualmente que otra de las intuiciones teóricas de Marx al afirmar que “ningún sistema social deja la escena histórica sin antes dar todo de sí”, adquiriría hoy su pleno significado histórico: es decir, la madurez de las condiciones objetivas para la autodestrucción de la sociedad capitalista.
A nivel concreto, esto último tomaría la forma de una posible reactualización de la vieja teoría de la catástrofe malthusiana, la cual aunque refutada en su momento por Marx y Engels, podría estar adquiriendo hoy un nuevo tipo de actualidad histórica, alimentada esta vez por la propia descomposición del sistema capitalista. Las bases de este peligro se encontrarían, parafraseando a Trotsky, en el desarrollo de una dinámica en tijeras (exponencial) de las tensiones estructurales del presente asociadas a la doble contradicción capital-trabajo y capital-naturaleza, la que podría sintetizarse hoy en el desarrollo de un tercer tipo de contradicción epocal: capital-existencia humana. Ejemplo de lo anterior es la situación histórica contemporánea caracterizada por el desarrollo de una inminente crisis ecológica y de recursos planetaria sin precedentes y, por otro lado, la existencia de un estado de desarrollo tecnológico cada vez más insuficiente para lidiar con la magnitud que podría tomar aquella.
En términos epocales, estaría planteado así el inicio de una última “carrera de velocidades” entre el horizonte revolucionario moderno (cuyas bases objetivas podrían comenzar a erosionarse) y su antinomia histórica: el colapso civilizatorio, cuyo avance podría ser pronto acelerado por los efectos de la crisis ecológica mundial en curso. Colapso civilizatorio que contendría, a su vez, el germen de un riesgo aún más definitivo: la extinción humana, esto como consecuencia del desarrollo del nuevo fenómeno de extinción planetaria que, siguiendo lo planteado por una serie de estudios, ha comenzado ya a dar sus primeros pasos: la sexta extinción masiva de la vida terrestre.
Con todo, pensamos que sería todavía posible “extender” los límites del horizonte revolucionario moderno más allá, incluso, de la propia vigencia de las condiciones objetivas que lo hicieron posible, esto por lo menos durante un cierto periodo y bajo circunstancias específicas. Destacamos así, por lo tanto, la posibilidad teórica del estallido de futuros procesos revolucionarios que presenten un carácter “bi-epocal”; es decir, revoluciones sociales que aunque tengan su origen en el marco histórico moderno, sean capaces de atravesar (en el contexto apropiado) los límites de este último, aquello en la medida en que el propio mundo moderno que permitió su desarrollo inicial comience a desmoronarse. La dinámica de estas revoluciones bi-epocales podría graficarse, entonces, al modo de una flecha impulsada por una fuerza de aceleración originada en un contexto pasado (mundo moderno) y que esta capacitada para continuar, gracias a un fenómeno particular (inducido) de inercia histórica, su trayectoria hacia su objetivo final: la sociedad comunista, aunque ahora en un contexto epocal radicalmente distinto al anterior. Aquello hasta el momento en que dicha fuerza de inercia se agote, o bien hasta que la flecha en cuestión pueda encontrar, en condiciones favorables, una nueva “plataforma de lanzamiento” desde donde ser reimpulsada.
Siguiendo esta metáfora, la fuerza mecánica originada por un determinado instrumento de disparo simbolizaría las condiciones objetivas (modernas) que harían posible el avance inicial de dichos procesos revolucionarios futuros, constituyendo la fuerza de inercia de estos últimos el papel del factor subjetivo en un escenario histórico en “fase de derrumbe”: es decir, que presenta bases objetivas en “estado de disolución”. Finalmente, los “puntos de apoyo” que pueda alcanzar la revolución socialista en un potencial escenario de colapso civilizatorio (o bien, en términos de nuestra metáfora, las plataformas de lanzamiento desde las cuales sería posible reimpulsar nuestro “proyectil revolucionario”), requerirían ser alcanzados (construidos) con anterioridad al momento de colapso en sí; en otras palabras, durante el periodo de crisis estructural previa. Esto al modo de las trincheras construidas en un campo de batalla, antes de la batalla misma.
Lo anterior supone, entre otras cosas, el desafío estratégico de comenzar a reflexionar en torno a las vías por las cuales impulsar la lucha por una sociedad comunista no sólo ante un escenario de crisis estructural (similar en gran medida a aquellas que el capitalismo ha experimentado en el pasado), sino que además, de ser necesario, en medio de una crisis civilizatoria que amenace con tirar abajo los propios fundamentos del mundo moderno. Dicho de otra manera, revoluciones sociales al calor de una potencial dislocación fundamental del modo de producción capitalista, el comercio mundial, el estado nación, el imperialismo, la vida urbana, el desarrollo científico-tecnológico y la propia lucha de clases moderna. Y aunque es cierto que lo anterior constituye todavía un escenario hipotético, su validez radica en la propia objetividad de las variables consideradas en aquel. Es decir, las consecuencias potencialmente explosivas del cambio climático al nivel del desarrollo social, el grado inédito que ha alcanzado hoy la descomposición capitalista y, por último, la naturaleza catastrófica-terminal de los peligros que se desprenden de la combinación de dichas variables. Todo esto teniendo en cuenta, como ya dijimos, la existencia de un estado de desarrollo tecnológico cada vez más insuficiente para lidiar con la dimensión (cada vez mayor) de estos peligros.
Peligros mortales, definitivos, que comienzan ya a cernirse sobre el horizonte histórico y que podrían tomar pronto la forma no sólo de algunas de las principales amenazas a las cuales se ha enfrentado la humanidad en su historia, sino que además replicar, en pleno siglo XXI, los mismos procesos que gatillaron, en el más remoto pasado geológico, el avance de los distintos fenómenos de extinción masiva que ha experimentado la Tierra. Extinciones planetarias que hicieron sucumbir, tal como la ocurrida al fin del periodo pérmico, a una gran parte de las especies naturales. Esto último, tal como comienza a reconocer un grupo cada vez más nutrido de científicos alrededor del mundo, producto de las fenomenales fuerzas destructivas que el capitalismo ha desatado en su desenfreno maniático.
Creemos así que con el objetivo de prepararnos ante el posible apocalipsis ecológico-civilizatorio al cual estaríamos aproximándonos, apocalipsis que como hemos dicho podría implicar la necesidad de llevar la lucha por un horizonte comunista hasta un escenario (ahora sí) “post-moderno”, nos veremos obligados a echar mano de todos los “recursos programáticos” de la tradición revolucionaria y la lucha de clases en su historia. Y es que ¿cómo podríamos hacer frente a un escenario de barbarie absoluta, por ejemplo de producirse un incremento de 2 o 3 grados centígrados de la temperatura global, sin contar con la voluntad de lucha que inspiró a algunos de los líderes de las primeras revoluciones modernas tales como Cromwell, Robespierre, Saint Just o Marat, todos ellos ejemplos de decisión ante el desastre? Asimismo, ¿cómo podríamos resistir el golpe de un verdadero armagedón planetario, esto en el caso de que la temperatura alcance los 4 grados centígrados de aumento en las próximas décadas, sin el espíritu de redención que caracterizó a las primeras corrientes comunistas mesiánico-igualitarias: por ejemplo las representadas por Dulcino, Müntzer, Roux o Babeuf? O bien, ¿cómo podríamos llegar a soportar “la caída de todo lo existente”, de cumplirse las peores predicciones en torno al calentamiento global, sin tener en cuenta el coraje de todos aquellos líderes indígenas que debieron enfrentar en el pasado el colapso de sus respectivas sociedades, por ejemplo los caudillos Lautaro (mapuche), Túpac Amaru II (andino) o María Angata (rapanui)? Finalmente, ¿cómo seriamos capaces de sobrevivir un dantesco escenario de aumento de la temperatura terrestre en 5 o 6 grados centígrados (¡o más!) durante el presente siglo, escenario que haría prácticamente inhabitable la mayor parte del planeta, sin tomar en consideración las ideas de los socialistas utópicos del siglo XIX y sus modelos alternativos de sociedad?
Con todo, no queremos decir con lo anterior que el Socialismo científico y las experiencias revolucionarias obreras de los últimos siglos no deban continuar jugando un papel clave (prioritario) como guías para la acción revolucionaria. Más bien, a lo que apuntamos es a que sería necesario emprender un reacondicionamiento del programa marxista de cara a los posibles escenarios históricos (inéditos) a los cuales la revolución deba enfrentarse en el futuro, aquello tal como hizo la generación de marxistas de la primera mitad del siglo XX al consumarse la transformación del capitalismo de libre competencia en capitalismo imperialista. Esto último considerando los posibles escenarios futuros de la lucha de clases moderna (…y más allá de la misma si es necesario), así como también dando cabida a un mayor diálogo entre la tradición marxista clásica y sus precedentes teóricos: Socialismo utópico, tradición comunista-ilustrada francesa, corrientes mesiánico-igualitarias medievales, etc.
Llevado a un ámbito programático, esto significa comenzar a repensar los problemas fundamentales de la lucha de clases tales como la toma del poder, la insurrección, la dictadura del proletariado, el periodo de transición, el partido obrero, la internacional, la lucha política, etc., desde una evaluación detallada de los potenciales cursos que pueda (o no) tomar el proceso histórico, considerando para ello el papel históricamente disruptivo (terminal) de la crisis ecológica. Todo esto discutiendo la articulación de dichos problemas tanto con el avance de un posible escenario (tradicional) de crisis estructural capitalista, así como también la probable hibridación de este último con dinámicas catastróficas potencialmente inéditas que, aunque todavía hipotéticas, podrían constituir una realidad muy contundente durante el transcurso del presente siglo. Aquello sobre todo si tenemos en cuenta, como ya mencionamos, las recientes informaciones provenientes del ámbito científico en torno a las desastrosas consecuencias que traerá el calentamiento global en los próximos años, así como también si consideramos el verdadero callejón sin salida económico, social, político y ecológico al que parece habernos llevado la podredumbre capitalista en su fase de decadencia absoluta.
No podemos olvidar aquí que el capitalismo ya ha demostrado, en contadas ocasiones durante el siglo pasado, su vocación destructiva. Guerras mundiales, bombardeos atómicos, carrera nuclear, centenares de guerras regionales, sangrientos golpes de estado, hambrunas continentales, miseria abismal, explotación sin límites, destrucción medio-ambiental a escala planetaria. Década tras década, ha sido el mismo capitalismo el cual ha venido cavando no sólo su propia tumba, sino que la de cada habitante y especie natural de este planeta. Ha sido el mismo capitalismo, en definitiva, el que ha venido preparando, paciente y cotidianamente, un descalabro de proporciones bíblicas. Y no podemos olvidar tampoco que, al no haber sido frenado a tiempo por los procesos revolucionarios del pasado, el desenfreno capitalista se ha desarrollado a un ritmo tan enloquecido e insospechado que sólo un idiota (o un ciego) tendrían problemas para reconocer que hoy, efectivamente, “lo peor es posible”. No puede sorprendernos, por lo tanto, el hecho de que nos veamos ahora ante la escabrosa tarea de pensar la revolución ante escenarios que, tal como han comenzado a sugerir una serie de importantes centros de investigación alrededor del mundo, podrían ponernos en el próximo cuarto de siglo ante una realidad que pareciera ser sacada más bien de una novela o película futurista.
Pero este es un efecto común… ¿Quién habría imaginado en 1930 que la capital intelectual del mundo, Alemania, seria dominada por un nuevo tipo de inquisición semi-secular? ¿Quién habría pensado al estallar la II Guerra Mundial en Auschwitz o en la “Solución Final”, o bien en el apocalipsis nuclear de Hiroshima y Nagasaki? ¡Nadie! Y es que el capitalismo ha tenido siempre una virtud: su ingenio insuperable para el horror. Hoy, el capitalismo lo ha hecho otra vez… Justo cuando comenzábamos a pensar, ingenuamente, en la posibilidad de una nueva oportunidad revolucionaria tal como las anteriores, el capitalismo ha utilizado su “último as”: su auto-destrucción inminente y con ello la posible aniquilación del género humano. Con esto, el “hábil” capitalismo nos ha puesto, nuevamente, ante una situación desesperada.
Otros materiales temáticos del autor disponibles en:
YouTube
Entrevista con Peter Wadhams (Cambridge)
Grupo de Seguimiento de la Crisis Climática Mundial
Miguel Fuentes Muñoz, Licenciado en Historia y Arqueología (Universidad de Chile). Maestría en Arqueología / Programa de Doctorado (University College London)
No hay comentarios:
Publicar un comentario