lunes, 14 de diciembre de 2015

La guerra es la agenda del Occidente en decadencia




Resultado de imagen de La guerra es la agenda del Occidente en decadenciaLos atentados terroristas en París y las rutinarias masacres en Estados Unidos (California recientemente) obligan a problematizar la situación política e histórica de Occidente, y a atender teóricamente la responsabilidad de las potencias occidentales en el incremento de la guerra, el terrorismo y la violencia a escala global. Situar en el centro de la reflexión el fundamentalismo islámico, sustraído de su momento constitutivo, es un error teórico. Urdir narrativas alarmistas en torno de ese seudoproblema es un gesto canalla, tristemente habitual en la prensa. Aplaudimos la consigna de los pensadores honestos: “aquellos que no quieran hablar críticamente de la democracia liberal deberían guardar silencio también sobre el fundamentalismo religioso”. Esta es sólo una breve reflexión que atiende esa justa apreciación.Tras los atentados en París, la prensa redobló los llamados a la unidad y solidaridad de todos los pueblos occidentales (incluidos aquellos cuya occidentalización es resultado de una oprobiosa imposición), y a la unanimidad condenatoria, a cuya exhortación han asistido figuras públicas de todas las procedencias, posicionamientos e idearios no pocas veces divergentes, claramente abonando a la confusión del público. Es el mismo subterfugio discursivo que envolvió a la tragedia de Charlie Hebdo: condenación ética, lamentos ideológicos, lutos fascistas. Y las explicaciones teóricamente relevantes brillan por su ausencia.
Occidente no reconoce que la guerra es la agenda prioritaria de las potencias que convergen en su manto. Hay por lo menos cuatro intervenciones que inauguraron o profundizaron escenarios bélicos de alto impacto en África septentrional y Oriente Medio: Egipto, Siria, Libia e Irak. En nombre de la democracia y la libertad, la coalición de metrópolis occidentales sembró la guerra en esos países, prepotentemente conjeturando que esa acción no traería consecuencias. El terrorismo tiene tres fuentes primarias: uno, el rencor e ira de los inmigrantes musulmanes en Europa y Estados Unidos, encadenados a procedimientos rutinarios de discriminación; dos, el encono político acumulado de los pueblos islámicos damnificados por el coloniaje occidental; y tres, el financiamiento-patrocinio franco, abierto e interesado de grupos de poder occidentales a células terroristas al servicio de la agenda de Occidente.
En este sentido, el programa injerencista occidental tiene un componente doblemente agravante. Zizek escribe: “Lo que hace tan insoportable al Occidente liberal es que no solo practica la explotación y la dominación violenta, sino que, añadiendo el insulto al agravio, presenta esta realidad brutal con la apariencia de lo contrario, de libertad, igualdad y democracia”.
En ese “insulto al agravio” radica la fuente subjetiva del terrorismo. La objetiva, es la guerra que declara el Occidente configurando enemigos a su antojo y capricho, curiosamente todos oriundos de las regiones en cuyo territorio se aloja una diversidad de recursos naturales, humanos e infraestructurales claves para la dominación imperial.
Al respecto, Toni Negri describe las características definitorias de estas guerras multimodales, y los objetivos que persiguen a espaldas de la población:
“La guerra, así como hoy ha sido inventada, aplicada y desarrollada, es una guerra constituyente. Una guerra constituyente significa que la forma de la guerra ya no es simplemente la legitimación del poder, la guerra deviene la forma externa e interna a través de la cual todas las operaciones del poder y su organización a nivel global se vienen desarrollando… en su misma forma es una guerra constituyente, una guerra biopolítica que implica el ordenamiento de la vida, de la producción y reproducción de la vida… una guerra que engloba la relación social en el sentido más completo de la expresión… Todo cuanto Ignacio Ramonet decía inicialmente acerca de la sobreposición de guerra económica, guerra social, guerra militar, es perfectamente correcto: son cosas que están todas juntas porque existe un proyecto organizativo constituyente, que atraviesa este mundo, de hacer la guerra. Ya no se trata de la guerra imperialista que va a expandir los poderes de las naciones singulares: ésta es una guerra en nombre del capital global”. 
Pero este ensamblaje de guerras requiere de una justificación. El ejercicio de violencia por sí sola es inmoral. Occidente excusa las intervenciones militares con una presunta “promoción” de valores, señaladamente la democracia. Pero el principio de realidad, señaladamente el terrorismo, contradice ese falsario empeño. Cuando el relato de la democracia se agota, como a menudo ocurre, el ardid justificatorio transita hacia el estribillo de la “seguridad”. Y es allí donde se hace necesaria la construcción de enemigos. Los narcotraficantes o los yihadistas o los fundamentalistas son, como bien señala el analista Alfredo Jalife-Rahme, “activos estratégicos” o “instrumentos geoestratégicos” para hacer la guerra. Las potencias occidentales apoyan o persiguen regímenes u oposiciones, dirigentes legítimos o criminales, en función de su agenda e intereses. No pocas veces esos instrumentos de beligerancia estallan en las manos de las potencias occidentales. Francia y Estados Unidos son los ejemplos más notables. Pero el Estado Islámico no es solo un asunto que se salió de control: el EI es un aliado de los intereses articulados a la estrategia de recolonización occidental, que encabeza Estados Unidos en su carrera por la supremacía, y cuyos principales rivales son Rusia y China o incluso una posible coalición de estos dos.
El bombardeo aéreo de los supuestos campamentos de Isis son pura coreografía cosmética. Es una especie de oda a la guerra. Es una escenificación que allana e inaugura el camino para un estado de guerra conscientemente orquestado, y con un alcance temporal indefinido pero previsiblemente prolongado. La seguridad de Estados Unidos, Francia y acólitos es la guerra.
La guerra es la agenda del Occidente en decadencia. Que ciertos gobiernos occidentales pretendidamente liberales-progresistas derechizaran agendas y discursos no es ningún accidente: es la garantía de que prevalezca la guerra.
Y en eso también acierta Zizek cuando escribe acerca del ideario demo-liberal: “Para que ese legado clave sobreviva, el liberalismo necesita la ayuda fraternal de la izquierda radical. Esta es la única manera de derrotar al fundamentalismo, mover el suelo bajo sus pies”.

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