martes, 24 de noviembre de 2015

El falso consenso del miedo y la venganza





El falso consenso antiyihadista dice que si acabamos con los terroristas se terminará con el terrorismo. Dentro de su simpleza lógica, así a primera vista parece un pensamiento inatacable. Sin embargo, el fenómeno de la violencia terrorista es de mayor enjundia y mucho más difícil de erradicar solo con manipulaciones mediáticas y mediante soluciones exclusivamente policiales y militares.
Resultado de imagen de El falso consenso del miedo y la venganzaResulta evidente que las raíces sociales del terrorismo y sus múltiples causas políticas e ideológicas están ausentes del debate público en los principales medios de comunicación y en los discursos de los líderes políticos occidentales. Se trata de esconder la verdad tras una cortina de humo basada en el miedo escénico y el maniqueísmo interesado entre una lucha ficticia y épica entre el bien absoluto representado por Occidente y el mal endémico y diabólico de los extremistas musulmanes.
Esta tesis no es original ni nueva, pero repetida hasta la saciedad crea un ambiente de pánico que suscita adhesiones emocionales inmediatas en la inmensa mayoría de la población occidental. La dicotomía excluyente entre nosotros, los buenos, contra ellos, los malos enemigos, condiciona el pensamiento crítico y la duda razonable. Además de sencillo, tal discurso es fácilmente asimilable cuando cualquier persona puede sentirse amenazada en su integridad al ser imposible identificar de dónde proviene el peligro ni los motivos reales de tal situación.

Nosotros versus vosotros
Desde los atentados de París una pregunta corroe la conciencia europea: ¿qué hemos hecho mal para que nuestra generosidad no haya sido comprendida por los árabes de segunda o tercera generación que viven en nuestras ciudades? El interrogante tiene trampa, esa generosidad como premisa afirmativa nos salva éticamente de una profunda revisión de nuestras conductas políticas y, por ende, incide en un fracaso tácito: todavía seguimos viendo la realidad fragmentada en divisiones étnicas y religiosas. El nosotros/vosotros continúa vigente en el imaginario colectivo como algo de orden natural y, por tanto, inmodificable por su misma sustancia cuasi divina. Otrosí: esas divisiones étnicas y religiosas oscurecen a la vez las distinciones de clase, otro factor de gran relevancia para fomentar esas fracturas o ficciones sociológicas.
Lo cierto es que los potenciales terroristas que han nacido y han crecido como europeos en barrios del extrarradio urbano permanecen anclados en ecosistemas humanos segregados del resto, afincados en su singularidad, siendo los otros a todos los efectos, inmigrantes internos aunque con nuestra misma nacionalidad legal. Si a ello le agregamos que la crisis ha hecho especial mella en su colectivo y que tienen menos oportunidades de confeccionarse una biografía individual de inserción laboral y social, el detonante de su extremismo hunde sus raíces en el vacío existencial que los convierte en diferentes en la convivencia cotidiana.
Añadamos a ello las vejaciones que infligimos desde hace siglos a sus pueblos de origen: refugiados expulsados de sus hogares y recibidos de mala gana, permanentes bombardeos de los territorios árabes, ridiculización de sus creencias religiosas y de su propia cultura, en definitiva, minusvalorización de la señas de identidad de millones de personas. No debe resultarnos extraño que en este caldo de cultivo efervescente, valga más a ojos de muchos jóvenes árabes una vida intensa por un objetivo concreto que un vagar sin esperanzas de futuro en la cotidianeidad de sus barrios natales de adopción.
Los héroes y los mártires se nutren de relatos y leyendas similares a los mencionados. Es una forma inmediata de salir del anonimato, la apatía y la impotencia democrática. Tampoco debemos olvidar que los héroes de ficción occidentales más contundentes se alimentan de parecidos desencadenantes de tomarse la justicia por su mano: Rambo y todas sus secuelas caminan por idéntico sendero. Individualismo recalcitrante, aventura, acción sin reflexión, la ley del Talión, en suma.
Esto por lo que se refiere al sustrato personal que subyace a la decisión personal de cada potencial terrorista. Esos monstruos que nos dan tanto miedo son creaciones propias que permiten a las elites occidentales dosificar sus políticas en función de intereses que suelen permanecer casi siempre en la trastienda.
Bush y Hollande, tal para cual
Hollande y Bush están respondiendo al terrorismo de la misma forma: guerra total, bombas, restricción de libertades, estados de emergencia, caza visceral al sospechoso, venganza a diestra y siniestra. No hay objetivos políticos bien definidos ni estrategias de largo alcance que permitan avistar una paz justa y dialogada. Lo único que se pretende es gestionar el caos inducido para maniatar a los disidentes en el interior e impedir en Oriente Medio que emerjan actores laicos para abrir cauces políticos de modernidad en el mundo árabe.
Occidente no quiere eso, no quiere democracias que gestionen una vasta región plagada de tesoros y recursos energéticos de enorme valor estratégico para su supervivencia como motor de la Historia. Cada vez que un poder laico o movimiento ciudadano de base saca cabeza, allí están Washington, Bruselas, la OTAN o el FMI para seccionarlas de cuajo.
Ni Sadam Hussein en Irak ni Gadafi en Libia eran exponentes morales de ninguna clase, pero sus figuras posibilitaron una cierta estabilidad en la zona. Sucede que su manera de gobernar con cierta autonomía o independencia ponía nerviosos a los jerifaltes musulmanes y a los jeques de Arabia Saudí y de otras petromonarquías del Golfo. También al sionismo de Israel. El orden establecido favorable a los intereses occidentales estaba en entredicho. Razón por la cual se demonizó, al igual que al socialismo moderado de Nasser en Egipto, a estos líderes, tachándolos de dictadores sangrientos o de tiranos de la mayor abyección imaginable. No eran hermanitas de la caridad, por supuesto, pero menos aún los dirigentes israelíes o el rey de Arabia Saudí y tantos otros líderes antediluvianos aliados de Occidente. De las tropelías de los amigos de Washington y Bruselas, nada de nada, connivencia total con ellos, silencio cómplice. Y de allí salen ingentes cantidades de dinero para atizar el conflicto del fuego cruzado permanente, dejando a sus poblaciones inermes, en la ignorancia calculada y como mera fuerza de trabajo esclava para los regímenes del área.
De similar modo, Occidente ha atizado y sufragado las refriegas religiosas entre suníes y chiitas. De esta confrontación larvada en el tiempo, alentada por los servicios secretos, han eclosionado desde Al Qaeda hasta Isis, unas veces como luchadores de la libertad contra el comunismo y otras como protagonistas enconados contra los infieles laicos o ateos. Así las cosas, el juego a múltiples bandas de Occidente es mantener bajo custodia con guerras de variable intensidad el Oriente Próximo y Medio. Volar por los aires y reconstruir son fases de una misma táctica: atenazar en convulsión indefinida la zona. Además, sus poderosas maquinarias bélicas tienen de esta manera razón de ser, al igual que sus hegemónicas empresas de armamento, un negocio que crece sin cesar en medio del caos programado y el dolor ajeno.
Mucho medirán los líderes de EE.UU. y Europa una intervención terrestre, ya que saben a la perfección que soldados muertos son una publicidad negativa que se volvería contra sus políticas neoliberales de procurar por todos los medios a su alcance el miedo escénico por doquier. Occidente necesita producir monstruos y enemigos externos para someter a sus propios habitantes y que no se alcen contra sus políticas de recortes salvajes y de desigualdad creciente en sus sociedades.
Futuro sin futuro
No es fácil predecir hacia dónde nos llevará esta beligerancia del odio y la venganza predicada espuriamente en nombre de la libertad y los valores capitalistas representados por Occidente. Militarmente somos más fuertes, no obstante en cualquier momento pueden surgir grietas en ese consenso emocional basado en el miedo escénico difundido urbi et orbi por los medios de comunicación.
Los terroristas individuales son el eslabón menos importante de la cadena. Y, además, son intercambiables. Tras sus rostros malvados difundidos a escala planetaria se guarecen los verdaderos responsables de cualquier masacre actual: los intereses geopolíticos, las injusticias sociales, la muerte y el odio que causan las bombas, las reyertas irracionales motivadas por la religión y la hipocresía de nuestros dirigentes. Los mismos, por cierto, que con sus políticas neoliberales provocan un mundo más inseguro y desigual, desempleo masivo, ejércitos de refugiados, desahucios inmorales y la privatización de la sanidad y la educación.
El terrorismo no nace de la nada ni es una alternativa ética de nadie. Nadie es malo por naturaleza: la cultura y la sociedad determinan nuestras opciones en un mar de complejidad infinito.
No nos dejemos engañar: un terrorista detenido podría evitar el próximo atentado, pero ¿acabará con las raíces profundas del fenómeno terrorista? Ahí es dónde deberíamos centrar nuestros esfuerzos a través de políticas de igualdad, justicia y fraternidad hoy fuera de la agenda de las elites y sus testaferros políticos.
Seguridad y paz no son conceptos sinónimos. La paz se construye con diálogo y objetivos políticos concretos, mientras que la seguridad se edifica sobre cimientos de barro a base de segar libertades y mantener el statu quo de la injusticia, la desigualdad y el miedo visceral al otro, al diferente.

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