Francisco Farina y Francisco Parra
Luis Emilio Aybar Toledo es Investigador del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello y militante del Proyecto Nuestra América y de la Red de Educadores/as Populares. Desde Cuba, responde para Marcha las preguntas que guiaron la construcción del Especial sobre la actualidad en la isla. Una mirada aguda sobre la coyuntura y la proyección de la Revolución Cubana, en tiempos de cambio.
-¿Cómo analizas la etapa que se abre con el VI Congreso del PCC? ¿Cuáles son sus mayores efectos en la realidad cubana?
-Los Lineamientos políticos y económicos aprobados en el VI Congreso del Partido constituyen el programa político de un nuevo modelo de sociedad que comienza a surgir en Cuba. Creo que ponerlo sólo en términos de continuidad impide notar el carácter refundacional y transicional de este programa. Los pasos que se han venido dando, los nuevos matices en la argumentación pública de los problemas y las soluciones del país, las percepciones acumuladas en el imaginario popular, permiten hablar del abandono paulatino de un modelo de sociedad y la construcción zigzagueante pero continua de otro. En el primer caso se trata de un modelo de sociedad que identificó la “socialización de todas las cosas”, con la “estatalización de todas las cosas”, cuyo carácter “no capitalista” radicó en oponerse de manera continuada a la “mercantilización de todas las cosas” propia del capitalismo. Este modelo permitió afianzar muchos de los elementos revolucionarios que aportaron los años 50 y 60 al tiempo que cerraba la puerta a la posibilidad de operar nuevas revoluciones dentro de la Revolución, y acumulaba fuerzas poderosas para la crisis inercial que hoy vivimos. La crisis ha ido horadando la legitimidad del propio poder establecido, y ha presionado hacia la realización de cambios. Estos cambios avanzan en direcciones como las siguientes: pluralización de los actores económicos, liberalización limitada de la economía, modernización tecnológica y gerencial de la empresa estatal según modelos capitalistas, ampliación significativa de la inserción económica internacional, y racionalización y descentralización de la gestión gubernamental. El carácter socialista de este proceso, de acuerdo con los planteamientos oficiales, radica en el hecho de que el Estado será el propietario de los medios fundamentales de producción, primará el plan y no el mercado en la regulación macroeconómica, y se continuará con la política social de la Revolución.
-¿Esto cómo se expresó en la política internacional?
-La política exterior se ha actualizado de acuerdo con las exigencias de las reformas, promoviendo relaciones novedosas con países con los que existen diferencias ideológicas relevantes, como Estados Unidos, México, Francia y la Unión Europea en general. Un pragmatismo, racionalidad y astucia en materia de política exterior necesarios para la situación cubana ha llegado finalmente, combinado con un ligero abandono del antiimperialismo universalista y proactivo que caracterizó la política exterior de épocas pasadas. Digamos que le han bajado la intensidad; el “particularismo” de la sobrevivencia ha escalado posiciones, y han consentido en integrarse, en algunos puntos, a los rituales, códigos, y formas característicos de los países “civilizados”. Pongo algunos ejemplos: el gobierno cubano no emitió ninguna nota oficial sobre las desapariciones de Ayotzinapa, pero sí sobre la masacre de Charlie Hebdó; antes solo se decía que la lista de países terroristas no debía existir, ahora se dice que es una lista “en la que nunca debimos estar”; Raúl opinó en la Cumbre de Las Américas que el Presidente Obama, pieza clave en el engranaje del imperialismo mundial, era un hombre honesto; y el 14 de agosto no dejaron a ningún cubano llevar carteles antiimperialistas ni gritar consignas frente a la embajada norteamericana. Estos elementos pudieran quedar como tácticas astutas de un gobierno que persigue determinados objetivos coyunturales, respaldadas por una hegemonía revolucionaria anticapitalista y antimperialista oxigenada a lo interno, con sus propios canales de expresión, pero al existir una identificación institucional entre la voz oficial y la voz pública en Cuba, y al limitarse la difusión de otras maneras de construir significados (aunque sean socialistas), terminan desarmándonos.
Las reformas en curso se dirigen a aquellos elementos que impiden la implementación eficaz en las diferentes instancias sociales de los objetivos rectores de la política gubernamental y partidista, no a aquellos elementos que obstaculizan la conexión de las bases con las decisiones y la constitución de una sociedad civil activa e influyente. Se busca descentralizar la gestión gubernamental pero incrementando las facultades de los órganos ejecutivos locales, no estimulando el empoderamiento popular. Se busca descentralizar el sistema empresarial, pero incrementando las potestades de los gerentes, no de las asambleas de trabajadores y sus sindicatos.
Así, al combinarse control político con liberalización económica, nacionalismo, regulación estatal y asistencialismo, las reformas esbozan un itinerario similar a las transiciones china y vietnamita. De hecho son países que todo el tiempo se ponen como ejemplo en los medios de prensa cubanos, como modelos de un socialismo exitoso. Se mira muy poco a experiencias latinoamericanas que aunque pequeñas han aportado visiones y prácticas alternativas, como el Movimiento de los Sin Tierra, el movimiento zapatista o el diseño del Estado comunal venezolano. El paradigma de socialismo autogestionario, democrático, antidogmático, ecologista y feminista radical que se ha desarrollado creativamente en América Latina en las últimas tres décadas, obviamente con la ganancia de la Revolución Cubana como experiencia histórica, tiene una influencia realmente periférica en nuestro país. No ha sido posible extender sus enseñanzas, debido a que pone en cuestión demasiadas rutinas y poderes establecidos. Y así, puedes llevar a consulta popular el programa político de la transición y la gente lo aprueba, en una mezcla de hábito, convencimiento, ganas de que la reunión no demore mucho para llegar a casa, y sobre todo, desconocimiento de que existen opciones más allá de la triada capitalismo/socialismo estatalista/combinación de ambos.
-¿Cómo caracterizas la tensión entre el cooperativismo y el cuentapropismo con la visión estatalista en este nuevo periodo?
-Es en este contexto donde podemos entender las razones por las cuáles se le ha otorgado un papel residual al cooperativismo en las transformaciones económicas. Las cooperativas comparten con el llamado “cuentapropismo” (trabajadores individuales y empresas privadas), el rol de descargar al Estado de sectores que no es capaz de gestionar de manera eficiente. No se entienden como herramientas para generar una cultura del trabajo igualitaria y democrática. La mayor parte de ellas son empresas estatales convertidas en cooperativas, donde los asalariados se volvieron asociados de un día para otro y el antiguo director en su Presidente. No se dispuso de capacitaciones durante la conversión, de manera que los asociados no conocen el conjunto de sus derechos, o los han aprendido accidentadamente. Desde la perspectiva de la mayoría de los trabajadores, la cooperativa constituye sólo un medio para incrementar sus ingresos en comparación con el empleo estatal. Para el Estado, un medio para dinamizar la economía, aunque en ocasiones se menciona su carácter colectivo, democrático e inclusivo. La forma socialista por excelencia continúa siendo la empresa estatal. El peso de la empresa privada en la economía formal e informal se ha incrementado, pero en mi opinión la base de la transición no estará en este sector (al que siempre mantendrán a raya evitando su constitución como actor político), sino en las transformaciones paulatinas de la empresa estatal y su inserción en las cadenas productivas internacionales (vía inversión extranjera).
La tendencia global hacia la transición capitalista no constituye, sin embargo, un camino libre de disputas y reorientaciones, debido a la tensión permanente con la racionalidad “no capitalista” del modelo anterior, que conserva espacio institucional, y a las oportunidades que brindaría la prometida descentralización a una izquierda socialista emergente para estimular procesos de participación a nivel local, hacer trabajo político y formativo en las cooperativas, y ganar espacios institucionales y públicos para comunicar con la sociedad.
Este último camino (que solo parece fácil al escribirlo) es el que permitiría retomar el proyecto socialista cubano, no el retorno a un modelo estatalista, autoritario, dogmático, paternalista, e ineficaz, que ya hace muchos años dio todo lo que iba a dar. No se trata de que con Fidel todo iba bien y Raúl es el malo de la película. La alternativa no es entre transición capitalista de tipo chino-vietnamita y “dejarlo todo igual”, sino entre la mencionada transición y una radicalización de las fuerzas revolucionarias vigentes, que dinamice los acumulados históricos de la Revolución para superarla a ella misma, con las palancas del marxismo creador, la tradición anticapitalista y antiimperialista nacional, y los aportes de los movimientos anti-sistémicos latinoamericanos. Para ello necesitamos que esta izquierda crítica capaz de aglutinar en un solo cuerpo anticapitalismo, antimperialismo, latinoamericanismo, democratismo, ecologismo, feminismo, antirracismo y todos los perfiles de la emancipación, acabe de despegar.
-¿Cómo entendés este proceso de deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos?
-Defiendo la posición de que el 17 de diciembre tiene un carácter contradictorio para Cuba. Constituye la confirmación de la derrota de una táctica implementada por los Estados Unidos durante décadas para acabar con la Revolución Cubana, al tiempo que la confirmación de la vulnerabilidad del imaginario y las prácticas socialistas en nuestro país. El gobierno norteamericano sabe que el escenario nacional brinda ahora más oportunidades que nunca para incidir desde el intercambio cultural, la construcción de liderazgo ante el pueblo cubano, y la integración de las dos economías. El reconocimiento de su derrota histórica oculta el hecho de que han pasado del estancamiento y del dogma a la ofensiva, a la creatividad. Tienen a su favor la extensión dentro de Cuba de una imagen de los Estados Unidos como el lugar de la abundancia y la felicidad, la ampliación de las resortes propiamente capitalistas en la estrategia de desarrollo actual, y la desesperanza y desmovilización acumuladas que llevan a muchos a esperar que las soluciones vengan desde afuera: que quiten el bloqueo, que mejoren la internet, que inviertan en el país, que presionen para disminuir la censura, que traigan el desarrollo.
Creo que el restablecimiento de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos puede llegar a ser una táctica muy beneficiosa (nada más con la eliminación del bloqueo se podría respirar mucho mejor), pero me preocupa que venga en el mismo paquete del retroceso de la cultura revolucionaria y de una mayor integración de la política exterior cubana a la lógica instrumental de las relaciones internacionales en el mundo capitalista.
Las reformas sí plantean un incremento significativo del papel del mercado en el funcionamiento de la economía, con grandes afinidades con el llamado “socialismo de mercado” como horizonte. En los próximos años será un mercado con muchos límites, puesto que la planificación centralizada de corte soviético constituye todavía el mecanismo fundamental de regulación macroeconómica (incluye al comercio exterior); el gobierno sostiene que “nadie quedará desamparado” como uno de los slogans más importantes, lo que implica la continuación de la política social y una fuerte carga tributaria hacia la empresa estatal y privada; y los proyectos de inversión extranjera son aprobados de acuerdo a áreas de interés relacionadas con objetivos de desarrollo nacional.
El mercado ganará en importancia en la medida que se avance con el programa de descentralización empresarial proyectado, se incremente el papel de los capitales internacionales en el metabolismo social, y sobre todo, la ineficacia e ineficiencia propias de los mecanismos tradicionales de organización económica lleven a la clase dirigente a aceptarse a sí misma decisiones que hasta hoy no han formado parte de su cultura política.
En esta matriz es donde se inserta la promoción de vínculos económicos con los Estados Unidos, pero sólo como un punto más dentro de un camino que viene andándose desde el 2006. Claro que un vínculo más amplio con las empresas norteamericanas, como con el resto de los países, contribuirá al proceso descrito en el párrafo anterior, y servirá como testimonio del dinamismo y resolución que puede aportar el mercado, durante el lapso en que se logren atenuar sus efectos nocivos, que llegarán sin lugar a dudas.
-¿Cuáles crees que son los pilares en los que se sostiene la Revolución y el pueblo cubano para afrontar esta nueva táctica de Estados Unidos?
-En primer lugar, el gobierno cubano no va a entregar el país ni mucho menos. De todas las transiciones posibles, esta sería la última que ocurriría, porque se trata de un gobierno nacionalista con muchos rasgos de antiimperialismo, y Estados Unidos ha sido siempre el principal enemigo de la soberanía del país. Por tanto cuidarán mucho de esta relación, se manejarán de forma inteligente para lograr los objetivos prácticos sin hacer demasiadas concesiones y desarrollarán estrategias de seguridad acordes con las nuevas tácticas. Pudiéramos decir que la política gubernamental no nos sirve para impedir la transición capitalista y construir el socialismo, pero sí para defender al país de intereses hegemónicos como los de los Estados Unidos.
El otro pilar es el acumulado de imaginarios antiimperialistas en la población cubana, y la conciencia histórica de las intenciones geopolíticas norteñas. Estos imaginarios habitan un lugar bastante cognitivo desde hace un tiempo. Todos nos educamos en el antiimperialismo en la escuela y con los medios de comunicación, pero muchos se han cansado de que se le justifiquen los errores propios con factores ajenos, y han metido el discurso antiimperialista en el lejano saco del “teque político”, término popular para referirse a un discurso vacío y manipulador. Cada vez es más difícil en Cuba hablar con la gente común usando las palabras que he usado aquí. La deslegitimación del gobierno ha significado también la deslegitimación de las palabras y visiones revolucionarias, puesto que se construyó históricamente la identificación total del primero con las segundas, y nadie más ha podido decir masivamente algo distinto. De cualquier forma, existen todavía fuerzas conscientemente politizadas en un sentido antiimperialista entre los sectores incondicionales al gobierno y las voces críticas de izquierda, así como la posibilidad de activar aquellos acumulados en el debate público, y ante determinadas circunstancias catalizadoras.
Para mí, el pilar fundamental en todos los casos será retomar y radicalizar el proyecto socialista cubano. La mejor manera de resistir, es crear.
Fuente: Resumen Latinoamericano/Marcha, 14 de septiembre de 2015
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