Producto del pensamiento binario (reducción de la realidad a solo dos
opciones posibles y negación de la complejidad) aún se mantienen
posiciones que contraponen la conservación y el desarrollo como si
fueran aspectos incompatibles. Bajo el influjo de este paradigma
reductor de la realidad se mantienen afirmaciones como: “los
ambientalistas no pueden negar nuestro derecho al desarrollo”, “los
ambientalistas prefieren los pajaritos que la gente”, “¿Derechos de la
naturaleza o derechos de las personas?”, “¿Bajo qué moral pueden
pedirnos que conservemos nuestros bosques cuando ellos lo destruyeron
para desarrollarse?”, “no todo puede reducirse a lo ambiental” (¿Todo
puede reducirse a la economía?), “la legislación ambiental es
agresiva”, entre otros dichos que forman parte de las creencias que
guían el pensamiento y el accionar de estas personas.
Si se analiza más profundamente la base de este tipo de pensamiento se desprenden los siguientes prejuicios:
- La conservación es solo un tema de ambientalistas
- Los ambientalistas son enemigos del desarrollo
- Primero el desarrollo y luego la conservación
- Si queremos desarrollarnos tenemos que reducir las exigencias ambientalistas
- Con los beneficios del desarrollo podemos luego reparar los daños a la naturaleza
- La conservación es insensible con la gente, entre otros.
A estas alturas parecía que el tema de la sostenibilidad parecía
ser un concepto totalmente institucionalizado y que ya estaba instalado
en nuestra cultura, discurso y narrativa. Más allá de las discusiones
sobre la sostenibilidad (que afirman que es un concepto a la carta que
se usa según mejor conveniencia) nosotros queremos rescatar el espíritu
del balance, del equilibrio, de la ponderación apropiada de las
diferentes dimensiones.
Bajo esta perspectiva no solo estamos
hablando de las perspectivas sociales, ambientales y económicas, sino
que expresamente reconocemos las variables institucionales, políticas,
legales, psicológicas y culturales. De lo que estamos hablando es de un
balance de materia y energía que busca la armonía sobre la base del
respeto profundo a toda expresión de vida y los factores que lo
sustentan sin afectar su dinámica de producción y reproducción.
Parte del problema es la distorsión del concepto de conservación
que ha sido erróneamente tergiversado y que se reduce a su dimensión
de protección. Así, para el discurso común la conservación es
equivalente a preservación, al no tocar, a la prohibición.
Cuando se acuñó el concepto de conservación
hacía referencia a la gestión de la biosfera que implicaba tanto la
protección como el manejo, como el aprovechamiento sostenible de
ecosistemas, especies y genes.
Como tal era un concepto
totalizador que aludía a la capacidad del ser humano de gestionar
efectivamente la biosfera más allá de reducirlo solo a la protección o
solo al uso (muchas veces convertido en explotación).
Lamentablemente
esta distorsión provocó que en el lenguaje técnico se tenga que decir
expresamente manejo y conservación legitimando la distinción y
reduciendo el tema de conservación a la dimensión de protección. Desde
entonces el manejo tiene una concepción de producción y la conservación alude fundamentalmente a las Áreas Protegidas.
Si asociamos el concepto de manejo únicamente a la producción
nos olvidamos o debilitamos las consideraciones que aseguren la
estructura y el buen funcionamiento de los ecosistemas forestales.
Si
asociamos el concepto de conservación solo a la intangibilidad de áreas
protegidas no damos cuenta de las diversas expresiones de
aprovechamiento sostenible de recursos que permiten las áreas protegidas
según su categoría y según su zonificación (se refiere a las áreas
protegidas de uso controlado).
Para superar las aparentes incompatibilidades entre conservación y desarrollo habría que tomar en cuenta las siguientes consideraciones:
- El enfoque sistémico busca sopesar las diferentes dimensiones de la realidad y la decisión final corresponde a procesos técnico-políticos. Perspectivas como gestión de cuencas, ecología de paisajes, paisajes culturales, paisajes bioculturales van en esa dirección.
- Los procesos técnico-políticos que definen el grado de uso o mantenimiento de la integridad de un ecosistema aluden a la participación, al proceso de consulta previa, al diálogo intercultural. Esto implica la buena gobernanza, a la profundización de la democracia y la ciudadanía activa.
- Mejores niveles de coordinación entre niveles de gobierno, entre sectores, entre departamentos y entre personas. Ello demanda no solo trabajo inerdisciplinario sino también transdisciplinario.
- Estos procesos de deliberación pública-privada son expresiones de diálogo fecunda entre comunidades extendidas de pares que quiere decir que participan todos los actores involucrados bajo principios de buena fe, transparencia, equidad en la afirmación y respeto mutuo. Implica a todas luces superar los procesos asimétricos de diálogo.
- Superar el pensamiento binario y aceptar que la época demanda hacer frente la complejidad y la incertidumbre. Más que soluciones facilistas en uno u otro sentido se requiere soluciones inteligentes, sensibles y comprometidas con la vida presente y futura.
- Recanalizar las energías, experiencias y propuestas para superar la confrontación a partir de un espíritu constructivo. Ello requiere capacidad de establecer diálogos fecundos a partir de la capacidad de encontrarse, de predisponerse a aprender uno del otro y tener la predisposición mutua a la transformación.
- La creatividad y la innovación son elementos fundamentales para abrir nuevas perspectivas y posibilidades más allá de los pensamientos reductores. La búsqueda de terceras opciones es crucial para no quedar encerrado en paradigmas, discursos y sentimientos que simplifican la realidad.
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