viernes, 14 de noviembre de 2014

La gran división



Carta Maior

Traducido para Rebelión por Antoni Aguiló y José Luis Exeni


Las elecciones de Brasil suscitaron una gran atención en los medios de comunicación a nivel mundial. En gran medida, estos hicieron una cobertura hostil de la candidata Dilma Rousseff, en lo que fueron celosamente acompañados por los “grandes media” brasileños. El paroxismo del odio contrario al PT llevó a una revista de amplia circulación, Veja, a encaminarse por una vía probablemente ilegal. El New York Times en ninguna ocasión se refirió a la candidata del PT sin el epíteto de “exguerrillera”. Con la misma inconsistencia de siempre, no se le ocurriría a este periódico, o a tantos otros que siguen su línea, referirse a la “excomunista” Ángela Merkel o al “exmaoísta” Durão Barroso, o incluso al “comunista” Xi Jinping, presidente da China. Los intereses que sustentan a esta prensa corporativa esperaban y querían que la candidata del PT fuese derrotada. El terrorismo económico de las agencias de rating, de The Economist, del Financial Times y de la bolsa de valores buscó condicionar a los electores brasileños y asumió una virulencia sorprendente, tomando en cuenta la moderación del nacionalismo desarrollista brasileño y el hecho evidente de que son sobre todo factores mundiales (léase, China) los que afectan el ritmo de crecimiento de países como Brasil.
¿Por qué razón tanta y tan desesperada hostilidad?
Los factores externos: la nueva Guerra Fría
Hay razones externas e internas que solo parcialmente se sobreponen. Por ello la necesidad de analizarlas por separado. Las razones externas son mucho más profundas que el mero apetito del capital internacional por las grandes privatizaciones del presal y de Petrobras, o que la violencia de la respuesta del capital financiero ante cualquier límite a su voracidad, por muy moderado que sea. Brasil es hoy el ejemplo internacionalmente más importante y consolidado de la posibilidad de regular el capitalismo para garantizar un mínimo de justicia social e impedir que la democracia sea totalmente capturada por los dueños del capital, como sucede hoy en Estados Unidos y está ocurriendo un poco en todas partes. Y Brasil no está solo. Solo es el país más importante de un continente donde muchos otros países (Venezuela, Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Uruguay) buscan soluciones con la misma orientación política general, aunque diverjan en la dosis de nacionalismo o de populismo (tal y como Ernesto Laclau, no condeno en bloque ni a uno ni a otro). Además, estos países han procurado construir formas de solidaridad regional que no pasan por la bendición norteamericana, al contrario de lo que sucedía antes.
¿Cuál es el significado global de esta rebeldía? Ella configura una nueva Guerra Fría. Una Guerra Fría ya no entre el capitalismo y el socialismo, sino entre el capitalismo neoliberal global, sin vestigio nacionalista o popular, y el capitalismo con alguna dimensión nacional y popular, o capitalismo socialdemócrata o socialdemocracia capitalista. Este último capitalismo puede asumir muchas formas y puede llegar a estar presente tanto en Rusia como en China, en India o en África del Sur, o sea, en los llamados BRICS. El fin de la Guerra Fría histórica no fue solo el fin del socialismo en su versión histórica; fue también el fin de la socialdemocracia europea, la única entonces existente, pues a partir de ese momento el capitalismo se sintió liberado de su obligación de sacrificar sus lucros inmediatos para garantizar la paz social siempre amenazada por la existencia de una alternativa potencialmente más justa. En ese momento terminó el capitalismo del breve siglo XX y se buscó reconstruir El Dorado, más mítico que real, de la acumulación del siglo XIX. Fue entonces solemnemente declarado el fin de la historia y la ausencia de alternativa al capitalismo neoliberal.
Fue así que la Guerra Fría desarmó a la socialdemocracia europea. Pero, contradictoriamente, hizo posible la emergencia de la socialdemocracia latinoamericana. No olvidemos que América Latina fue una de las grandes víctimas de la Guerra Fría histórica. Durante este periodo, el capitalismo solo hacía concesiones socialdemócratas en Europa, pues a ello obligaba la tragedia de dos grandes guerras. Fuera de Europa, en cambio, las zonas de influencia del capitalismo eran tratadas con la máxima violencia para liquidar cualquier posibilidad de alternativa. Esa violencia contemplaba guerra financiera, ajuste estructural, desestabilización social y política, e intervención militar. En África, todos los países que pretendieron una solución socialista fueron puestos en orden, desde Gana a Tanzania y Mozambique. En América Latina, el “patio trasero” del Imperio, Cuba había sido una distracción imperdonable. La respuesta fue inmediata. Como decía poco tiempo después de la Revolución cubana el enviado de Fidel Castro a varios países de América Latina, Regis Debray, los Estados Unidos aprendieron más rápidamente la lección de Cuba que la izquierda latinoamericana. También aquí los mecanismos de intervención fueron varios, unos menos violentos que otros, de la Alianza para el Progreso a las dictaduras brasileña, chilena y argentina.
La osadía de América Latina en los últimos quince años consistió en construir una nueva Guerra Fría, aprovechando, como en la anterior, un momento de flaqueza del capitalismo hegemónico. Entrampado desde los años noventa del siglo pasado en el Oriente Medio para saciar el insaciable complejo industrial militar y su avidez de petróleo, el Imperio dejó que avanzasen en su patio formas de nacionalismo y de populismo que, al contrario de las anteriores, ya no buscaban las exiguas clases medias urbanas, sino la gran masa de los excluidos y marginados. Tenían, pues, una fuerte vocación de inclusión social. Esta emergencia fue también posible gracias a un descubrimiento copernicano hecho por un gran líder mundial llamado Lula da Silva. Ese descubrimiento, simple como todos los descubrimientos genuinos, consistió en ver que el ímpetu democratizador que venía desde la lucha contra la dictadura había preparado a la sociedad brasileña para una opción moderada por los pobres, como el mismo Lula en sus orígenes. Se trataba de una opción que la Iglesia católica había asumido durante un tiempo y luego abandonó cobardemente. No se trataba de socialismo, sino tan solo de un capitalismo sujeto a algún control político con el objetivo de realizar políticas de Estado relativamente desvinculadas de los intereses directos e inmediatos de la acumulación capitalista. Este descubrimiento transformó la naturaleza de la hegemonía en Brasil y se convirtió rápidamente hegemónica en el continente. Digo hegemónica porque los propios adversarios tuvieron que usar sus términos para boicotearla y porque su vocación inclusiva se expandió rápidamente hacia otras áreas, especialmente a la inclusión étnico-racial. La sociedad brasileña se hacía más inclusiva en el preciso momento en que se reconocía no solo como sociedad injusta, sino también como sociedad racista, y se disponía a minimizar tanto la injusticia social como la injusticia histórica étnico-racial.
El hecho de que este descubrimiento no haya quedado confinado a Brasil y se haya propagado a otros países, cada uno con trazos específicos de sus trayectorias históricas, combinado con el hecho de que en otros continentes, por otras vías, surgieron formas convergentes de rebeldía al capitalismo neoliberal supuestamente sin alternativa, dio origen a una nueva Guerra Fría. Esta sufriría un golpe fuerte si el país que más avanzó en este campo decidiese volver al redil neoliberal y se comportara como un buen rebaño, tal como está sucediendo en Europa, que durante algún tiempo resistió al destino que le fue dictado por la caída del Muro de Berlín.
De ahí la enorme inversión hecha para derrotar a la presidenta Dilma. Al final, el descubrimiento brasileño reveló una vitalidad que, quizá, ni sus propios protagonistas esperaban. Pero obviamente no se espere que el capitalismo neoliberal global desista. Se siente suficientemente fuerte para no tener que convivir con el statu quo europeo anterior a la caída del Muro. Recurrirá pues al boicot sistemático de la alternativa, por más moderada e incompleta que sea. Tal vez no incluya las formas más violentas que en el pasado llevaron a intervenciones de “cambio de régimen” en países grandes de América Latina y que hoy se limitan a países pequeños como Haití (2004), Honduras (2009) y Paraguay (2012). Serán acciones de desestabilización social y política, aprovechando el descontento popular, financiando ONG con posiciones “amigas”, proveyendo consultoría técnica para el control de las protestas, y así obteniendo informaciones cruciales. Esta intervención será más evidente en países como Venezuela y Argentina, dada la urgencia de poner fin al antiimperialismo chavista o peronista. Pero en todos los países con gobiernos de centroizquierda se esperan acciones de desestabilización interna.
Los factores internos: el colonialismo interno
Como señalé, la superposición entre los factores externos e internos existe, aunque no sea total. La agresividad de los grandes medios de comunicación, la desesperación que llevó a algunos de ellos a cometer actos probablemente criminosos, se asienta en el interés de la gran burguesía por recuperar el control pleno de la economía y obtener los lucros extraordinarios de las privatizaciones a ejecutar. En esa medida, la gran burguesía brasileña brasilera no es más que el brazo brasileño de una burguesía transnacional bajo la égida del capital financiero. No habiendo sido capaz de derrotar a la candidata del PT, seguirá presionando abiertamente (y es probable que tenga éxito) para que se conforme un equipo económico instalado en el corazón del gobierno que satisfaga los “imperativos de los mercados”.
Este brazo brasileño del capital transnacional arrastró consigo importantes sectores de la clase media tradicional e incluso de la nueva clase media, que es un producto de las políticas de inclusión de los gobiernos del PT. Y también estos sectores asumieron el discurso de la agresividad que convierte al adversario en enemigo. Este discurso no puede explicarse únicamente por razones de clase. Hay factores que son específicos de una sociedad forjada en el colonialismo y la esclavitud. Son funcionales a la dominación capitalista, pero operan a través de marcadores sociales, formas de subjetividad y sociabilidad que poco tienen que ver con la ética del capitalismo weberiano. Se trata de la línea abismal que separa al pobre del rico y que, por estar lejos de ser sólo una separación económica, no puede ser superada con medidas económicas compensatorias. Puede, por el contrario, ser intensificada por ellas.
Desde la óptica de los marcadores sociales colonialistas, el pobre es una forma de subhumanidad, una forma degradada de ser que combina cinco formas de degradación: ser ignorante, ser inferior, ser atrasado, ser vernáculo o folklórico y ser perezoso o improductivo. El rasgo común a todas ellas es que el pobre no tiene el mismo color de piel que el rico. Estamos hablando, por tanto, de colonialismo inscrito en las relaciones sociales que a menudo se desdobla en colonialismo en las relaciones entre regiones (sur versus norte), la forma más conocida de colonialismo interno (del norte de Italia con relación al sur; del sur de Brasil en relación con el norte).
En los términos de este colonialismo de la sociabilidad, las condiciones naturales de inferioridad pueden suscitar lo más noble que hay en los seres superiores, pero siempre bajo la condición de que los inferiores en ningún caso pretendan ser iguales que ellos. Esta subversión sería más impensable y destructiva que la subversión comunista. Claro que los seres inferiores pueden creer en el principio de igualdad que escuchan de la boca de los superiores (nunca de su corazón) y luchar por la igualdad. Les beneficia luchar solos porque ello los vuelve más civilizados, y es bueno para la sociedad porque obviamente nunca conseguirán sus objetivos y acabarán reconociendo el carácter natural de la desigualdad.
El hecho de que el poder político de la época Lula identificara esta línea abismal y tratara de superarla mediante políticas compensatorias y de antidiscriminación racial que ayudaran a los inferiores al abandono de su condición de inferioridad es un insulto a la nación biempensante y un desperdicio criminal de recursos. En este caso concreto, tuvo también otra consecuencia: el encarecimiento inoportuno del servicio doméstico que, tal y como está organizado en Brasil, es una herencia directa del mundo de Los maestros y los esclavos [1].
Vale la pena tener en cuenta que el ideario colonialista no es el monopolio de las clases dominantes y sus aliados. Habita en las mentes de quienes más sufren sus consecuencias. Y habita, sobre todo, en las mentes de aquellos que fueron ayudados a salir de su estatuto de inferioridad, pero que activa y rápidamente se olvidan de la ayuda para pensar tan bien como piensa la sociedad biempensante, la sociedad de este lado de la línea abismal en la que acaban de integrarse. Me refiero a los sectores de la llamada nueva clase media.
La mejor respuesta
Las razones anteriores no pretenden explicar las diferencias jugadas en la disputa electoral. Únicamente pretenden explicar su agresividad. Una vez ganadas las elecciones, el gobierno tiene que centrarse en las diferencias sin olvidarse de la agresividad. No es fácil definir la mejor respuesta, pero es fácil prever cuál será la peor. La peor respuesta será pensar que, como la victoria fue estrecha, el PT sólo consiguió retrasar cuatro años su paso a la oposición y que, siendo así, no vale la pena el esfuerzo de cambiar las políticas seguidas hasta ahora e incluso tal vez resulte conveniente rebajar el nivel de confrontación con la derecha. Esta será la peor respuesta porque, con ella, el PT no sólo podría retrasar cuatro años su pasaje a la oposición, sino que quizá podría tardar muchos más en salir de ella.
Veamos, pues, posibles líneas de respuesta que no retrasen derrotas, sino que consoliden la hegemonía de la sociedad más inclusiva y diversa y obligue a la derecha a cambiar los términos de la disputa electoral en los próximos años y en función de esa nueva sociedad.
Políticas sociales. La victoria se logró gracias a los pobres que por primera vez se sintieron apoyados para cruzar la línea abismal y gracias a la militancia aguerrida de quienes se solidarizaron con ellos después de haber visto la línea abismal y disgustarse con lo que vieron. La primera orientación consiste en no frustrar las expectativas de quienes lucharon por la victoria de la candidata Dilma Rousseff. Contrariamente a lo que pensaron algunos analistas del PT en estado de pánico, las manifestaciones de junio del año pasado no fueron un caldo de cultivo de la derecha. En el frente de lucha por Dilma, hubo algunos movimientos que protagonizaron las manifestaciones. Esto muestra que el descontento fue real, aunque a veces su intensidad haya sido manipulada. Y también muestra que el beneficio de la duda dado al Gobierno del PT por los manifestantes de ayer y hoy no volverá a repetirse. La expectativa es ahora más fuerte que nunca. Si no es satisfecha, particularmente en las áreas de la educación, la salud, la calidad de vida urbana, medio ambiente, economía campesina y demarcación de las tierras indígenas, la frustración será irreversible y corrosiva .
La reforma política. La reforma política es el objetivo más reclamado por las fuerzas progresistas y el más bloqueado por un Congreso que, gracias a la patología de la representación generada por el sistema actual, no es el espejo de la diversidad social, política y cultural del país. Casi ocho millones de brasileños exigieron un plebiscito popular para la convocatoria de una asamblea constituyente exclusiva. En situaciones tan distintas como las de Ecuador y Colombia, esta fue la solución encontrada para desbloquear un impasse institucional semejante al que amenaza Brasil. Es muy importante acabar con la financiación corporativa de los partidos o aplicar efectivamente el principio consagrado por la “ley de la ficha limpia” (no haber sido nunca incriminado por corrupción) para los cargos públicos. Pero no es suficiente. Todo el sistema de gobernabilidad tiene que cambiarse. ¿Cómo se puede explicar que dos de los partidos que apoyaron a la candidata Dilma Rousseff hayan sido los oponentes más feroces del candidato a gobernador, Tarso Genro, cuya propuesta de gobierno representa lo más genuino que hay en el horizonte del PT? Sin una profunda reforma política, no habrá reforma tributaria y, sin ésta, Brasil continuará siendo un país injusto a pesar de todas las políticas de inclusión.
La participación popular. Dado el bloqueo institucional que se avecina, los movimientos sociales probablemente tendrán que volver a la calle y ejercer presión política para que el gobierno de Dilma se sienta apoyado en las reformas que quiere acometer. Será este el test decisivo para la presidenta Dilma. Para ser llevado a cabo con éxito, son necesarios dos aprendizajes recíprocos, ambos cruciales. Los movimientos populares tienen que aprender a no dejarse manipular por los grandes media, interesados en radicalizar sus demandas siempre que se circunscriban al gobierno y no incluyan el sistema económico y financiero, este último uno de los más depredadores del mundo en las sociedades democráticas. Y tienen igualmente que aprender a detectar y denunciar a los agitadores profesionales infiltrados en su interior, una realidad con la que sin duda hay que contar dado el contexto internacional que he mencionado. A su vez, la presidenta Dilma tiene que aprender a hablar con quien no habla el lenguaje tecnocrático. Tiene que superar la impactante distancia mantenida con los movimientos sociales en su primer mandato. Tiene que saber lidiar con el hecho de que la participación popular oscilará entre dos formas, la participación institucional y la participación extrainstitucional (en calles y plazas), y debe tener la lucidez de saber que la segunda forma será más fuerte mientras más débil y partidarizada sea la primera.
Justicia y tierras indígenas y quilombolas. El sistema judicial tiene una misión democrática que cumplir en la que el gobierno no debe interferir. Pero el gobierno puede crear condiciones que faciliten o, por el contrario, obstaculicen esa misión. La Presidenta se ha ganado la credibilidad necesaria para asumir su parte de responsabilidad en la lucha contra la corrupción. Pero también tiene que asumir la defensa de la ley cuando favorece a sectores históricamente marginados y excluidos, como los pueblos indígenas, los afrodescendientes y campesinos en general. Mantener al actual ministro de Justicia es un acto de hostilidad frontal respecto a los pueblos indígenas cuyas tierras dependen de firmas que el ministro ha pospuesto ostensiblemente.
Una política de los media. La derecha nunca es agradecida con los gobiernos que no salen de su base socioeconómica, por más favores que le hagan. A diferencia de otros gobiernos progresistas del continente, el gobierno popular brasileño no quiso luchar por una nueva normativa que impidiese a los grandes medios ser el principal elector de la derecha. Si el gobierno espera que esta actitud benevolente fuese interpretada como una rama de olivo enviada a ellos para auspiciar una convivencia civilizada, estaba rotundamente equivocado, como bien mostró la campaña electoral. El caso de Río Grande do Sul es quizá uno de los más representativos de este estado de cosas que convierte a los medios de comunicación corporativos en los principales electores de la derecha. Hay, pues, que seguir adelante con tanta determinación como moderación en esta área. El apoyo a los medios comunitarios y alternativos será un buen comienzo.
Nota
[1] Casa-Grande e Senzala (1933) es una obra del antropólogo y escritor Gilberto Freyre que trata sobre la formación de la sociedad brasileña.
Boaventura de Sousa Santos. Doctor en Sociología del Derecho, universidades de Coimbra (Portugal) y de Winsconsin (EE.UU.)
Fuente: http://www.boaventuradesousasantos.pt/media/Boaventura%20Brasil%20A%20grande%20Divisao%204Nov2014docx1.pdf

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