Paulino y Gladys se preparan para la próxima siembra, cientos de
planticas de ají margariteño crecen en los semilleros, la tierra los
espera y a las berenjenas que vendrán, y las espinacas, acelgas,
calabacines. Paulino y Gladys alistan la comida de las gallinas
ponedoras mientras éstas parecen hacer una curiosa coreografía: ciento
sesenta gallinas miran a la izquierda, donde Gladys llena el envase de
alimento, ciento sesenta gallinas dan media vuelta y cacarean, cuando
Gladys les sirve la merienda, siento sesenta gallinas, barriga llena
corazón contento, ponen sus huevos. En la Unidad Agropónica Guayacán del
Norte cosechan el alimento de su comunidad.
Lejos de esa realidad, la revolución 2.0, un tuit, tuit tuit, un ¡ay ay ay!, un monólogo colectivo que se alimenta de héroes mediáticos, de manías persecutorias, de críticas genéricas, de sombras de dudas que, extremos-que-se-tocanmente, tildan de tarifado y jalabolas a quien se atreva a destacar logros, de ignorante a quien se atreva a ser optimista; todo esto en nombre del socialismo, en nombre de Paulino y Gladys que, ajenos al zaperoco, dicen mientras remueven la tierra: “No se trata de quejarse de los problemas sino de resolverlos.”
¿Dónde está la revolución? -preguntan algunos desestimando la profunda e irreversible transformación del mismo pueblo al que tanto invocan. Imaginando, tal vez, que la revolución es una cosa distinta a la que construye el pueblo. Tal vez creyendo que los Paulinos y Gladys no existen porque no los vemos en nuestros medios, aunque estén ahí mismito en nuestra calle o a la vuelta de la esquina.
No sería malo apagar la tele y el celular, y salir a empaparse del vuelco en la conciencia y en las vidas de millones como Paulino y Gladys. Tal vez entonces convertiríamos nuestras quejas en propuestas; tal vez nuestros héroes revolucionarios serían otros; tal vez terminaríamos dirigiendo la crítica hacia nuestra propia incapacidad de sentirnos pueblo; de entender; de aprender de quienes, libres de prejuicios puristas y sin tantas exigencias, hacen la revolución todos los días: Los miles y miles de Paulinos y Gladys que no tienen tiempo para estas pendejadas porque están sembrando ajíes, berenjenas, calabacines, espinacas... y conciencia.
Lejos de esa realidad, la revolución 2.0, un tuit, tuit tuit, un ¡ay ay ay!, un monólogo colectivo que se alimenta de héroes mediáticos, de manías persecutorias, de críticas genéricas, de sombras de dudas que, extremos-que-se-tocanmente, tildan de tarifado y jalabolas a quien se atreva a destacar logros, de ignorante a quien se atreva a ser optimista; todo esto en nombre del socialismo, en nombre de Paulino y Gladys que, ajenos al zaperoco, dicen mientras remueven la tierra: “No se trata de quejarse de los problemas sino de resolverlos.”
¿Dónde está la revolución? -preguntan algunos desestimando la profunda e irreversible transformación del mismo pueblo al que tanto invocan. Imaginando, tal vez, que la revolución es una cosa distinta a la que construye el pueblo. Tal vez creyendo que los Paulinos y Gladys no existen porque no los vemos en nuestros medios, aunque estén ahí mismito en nuestra calle o a la vuelta de la esquina.
No sería malo apagar la tele y el celular, y salir a empaparse del vuelco en la conciencia y en las vidas de millones como Paulino y Gladys. Tal vez entonces convertiríamos nuestras quejas en propuestas; tal vez nuestros héroes revolucionarios serían otros; tal vez terminaríamos dirigiendo la crítica hacia nuestra propia incapacidad de sentirnos pueblo; de entender; de aprender de quienes, libres de prejuicios puristas y sin tantas exigencias, hacen la revolución todos los días: Los miles y miles de Paulinos y Gladys que no tienen tiempo para estas pendejadas porque están sembrando ajíes, berenjenas, calabacines, espinacas... y conciencia.
FUENTES: http://www.aporrea.org/actualidad/a171711.html
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