Entrevista con Miguel Altieri, profesor de la 
Universidad de California, y Marc Dufumier, profesor en el Instituto 
Nacional Agroeconómico de París
 
 
Alai y Amlatina
  Existe un interés 
creciente, no sólo en el mundo rural sino también en la población 
urbana, por la agricultura ecológica, debido a su potencial para 
asegurar una alimentación sana y con menor impacto ambiental. No 
obstante, hasta ahora se lo ve más bien como una opción marginal del 
sistema alimentario, mientras se sigue imponiendo la visión de que sólo 
con la agricultura a gran escala se podría responder a las necesidades 
alimenticias del mundo. Pero, ¿qué hay de cierto en todo eso?
Existe un interés 
creciente, no sólo en el mundo rural sino también en la población 
urbana, por la agricultura ecológica, debido a su potencial para 
asegurar una alimentación sana y con menor impacto ambiental. No 
obstante, hasta ahora se lo ve más bien como una opción marginal del 
sistema alimentario, mientras se sigue imponiendo la visión de que sólo 
con la agricultura a gran escala se podría responder a las necesidades 
alimenticias del mundo. Pero, ¿qué hay de cierto en todo eso? 
 
Un primer hecho a notar es que el hambre crónica que se padece en el 
mundo no se debe a una escasez en la producción de alimentos. En eso las
 cifras están claras. Cada persona requiere ingerir unas 2,200 
kilocalorías por día, para lo cual se necesita producir unos 200 kilos 
de cereales por habitante por año, o su equivalente en forma de papa, 
yuca o similares. La producción mundial actual es de 330 kilos por 
habitante, o sea que hay una sobreproducción de comida, suficiente como 
para alimentar a 9 mil millones de personas, la cifra de población 
mundial estimada para el año 2050. 
  Estos datos nos 
proporcionaron dos investigadores, en sendas entrevistas que realizamos 
para profundizar sobre las causas de la crisis alimentaria y las 
alternativas que ofrece la agroecología. Se trata de Miguel Altieri, 
profesor de la Universidad de California en Berkeley, quien es también 
presidente de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología 
(Socla); y Marc Dufumier, profesor en el Instituto Nacional 
Agroeconómico de París, AgroParisTech.
 Estos datos nos 
proporcionaron dos investigadores, en sendas entrevistas que realizamos 
para profundizar sobre las causas de la crisis alimentaria y las 
alternativas que ofrece la agroecología. Se trata de Miguel Altieri, 
profesor de la Universidad de California en Berkeley, quien es también 
presidente de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología 
(Socla); y Marc Dufumier, profesor en el Instituto Nacional 
Agroeconómico de París, AgroParisTech. 
 Dufumier reconoce que la
 crisis alimentaria se agudizó en estos últimos cuatro años, “pero ya en
 2006 había 800 millones de personas que tenían hambre. Ahora hay un 
poquito más, pero es estructural, no es una crisis coyuntural”. Afirma: 
“Es un problema de pobreza en términos monetarios. La gente no tiene 
poder de compra”. En el mismo sentido, Altieri recalca: “Un tercio de la
 población humana gana menos de dos dólares por día, entonces no tiene 
acceso a la comida. En Europa y en EU se bota aproximadamente 115 kilos 
por persona por año de comida, suficiente para alimentar a toda África”.
 
  Otros factores que contribuyen a la crisis alimentaria, 
señalados por nuestros entrevistados, incluyen el aumento de la 
producción agrícola para alimentar a los carros en lugar de las 
personas; el incremento del consumo de carne (que se extiende ahora en 
países de gran población como China e India), siendo que se necesitan de
 tres a 10 calorías alimenticias vegetales para producir una caloría 
animal; el sistema de distribución de alimentos, y otros problemas 
estructurales relacionados con el control de las multinacionales sobre 
el sistema alimentario.
 Otros factores que contribuyen a la crisis alimentaria, 
señalados por nuestros entrevistados, incluyen el aumento de la 
producción agrícola para alimentar a los carros en lugar de las 
personas; el incremento del consumo de carne (que se extiende ahora en 
países de gran población como China e India), siendo que se necesitan de
 tres a 10 calorías alimenticias vegetales para producir una caloría 
animal; el sistema de distribución de alimentos, y otros problemas 
estructurales relacionados con el control de las multinacionales sobre 
el sistema alimentario. 
 Para Altieri, la crisis alimentaria, 
acoplada a la crisis energética, la ecológica y la social, “es una 
crisis del capitalismo, de un modelo industrial de agricultura que se 
basó en premisas que hoy ya no son válidas”. Lo explica en estos 
términos: “Cuando se crea la revolución verde en los años 1950-60, se 
crea un modelo de agricultura maltusiano, que percibe el problema del 
hambre como un problema de mucha población y poca producción de 
alimentos; y que había que cerrar la brecha trayendo tecnologías del 
Norte al Sur, como las variedades mejoradas, los fertilizantes, los 
pesticidas, etcétera. Ellos asumían que el clima iba a ser estable, que 
el petróleo iba a estar abundante y barato, que el agua iba a estar 
siempre abundante y que las limitantes naturales de la agricultura, como
 las plagas, se podían controlar fácilmente. Y así nos encontramos hoy 
en día con una agricultura que ocupa aproximadamente 1.400 millones de 
hectáreas en monocultivos altamente dependientes de productos externos, 
en los cuales los costos de producción varían de acuerdo a como sube el 
petróleo; donde tenemos más de 500 tipos de plagas resistentes a más de 
mil pesticidas”. Uno de los resultados es que actualmente en el mundo 
hay “aproximadamente mil millones de personas hambrientas y por otro 
lado mil millones de personas obesas, que son víctimas directas del 
modelo industrial de agricultura”. 
  Es cierto que este modelo, 
siendo altamente mecanizado, rebaja significativamente los costos 
directos de producción por hectárea; por lo tanto permite vender 
alimentos a menor precio a la vez que aumentar las ganancias. No 
obstante, Dufumier destaca que esto es una trampa, pues no toma en 
cuenta los costos indirectos: sociales, ambientales, de salud pública, 
etcétera.
 Es cierto que este modelo, 
siendo altamente mecanizado, rebaja significativamente los costos 
directos de producción por hectárea; por lo tanto permite vender 
alimentos a menor precio a la vez que aumentar las ganancias. No 
obstante, Dufumier destaca que esto es una trampa, pues no toma en 
cuenta los costos indirectos: sociales, ambientales, de salud pública, 
etcétera. 
 Cita el ejemplo de la leche en polvo barata, que “nos
 cuesta sumamente caro, por la contaminación de los suelos, por el 
exceso de nitrato en las aguas freáticas, por las hormonas en la leche. 
Entonces hay lo que los economistas llaman externalidades negativas”, 
que impactarán en una menor expectativa de vida y en la salud de la 
población. 
 
 Altieri estima que en el caso de EU, de internar estos costos, sumarían unos $300 por hectárea de producción. 
 
 La agroecología como alternativa 
 
 Frente a este modelo, surge la pregunta: en qué medida la agroecología 
puede ofrecer soluciones viables; y si se trataría de soluciones 
parciales o marginales, o si tiene la capacidad de solucionar el hambre.
 Miguel Altieri aclara: “No me gusta caer en el argumento de si la 
agroecología podría alimentar el mundo porque, como dije, no es un 
problema de producción. Con la agroecología podemos producir alimentos 
suficientes para alimentar al mundo, pero si las inequidades, las 
fuerzas estructurales que explican el hambre no se solucionan, entonces 
el hambre continúa, no importa que sigamos produciendo con 
agroecología”. 
 
 La agroecología –nos recuerda– "es una ciencia 
que se basa, por un lado, en el conocimiento tradicional campesino y 
utiliza también avances de la ciencia agrícola moderna (salvo la 
biotecnología transgénica y los pesticidas, por supuesto), pero sí los 
avances que tienen que ver con ecología, con biología del suelo, control
 biológica de plagas, todo eso se incorpora dentro de la agroecología, y
 se crea un diálogo de saberes. 
 
 En el mundo hay aproximadamente
 1.500 millones de campesinos que ocupan unas 380 millones de fincas, 
que ocupan el 20% de las tierras, pero ellos producen el 50% de los 
alimentos que se están consumiendo en este momento en el mundo. (La 
agricultura industrial solamente produce 30% de los alimentos con el 80%
 del área agrícola). De esos campesinos, 50% practican agroecología. O 
sea, están produciendo el 25% de la comida del mundo, en un 10% de las 
tierras agrarias. Imaginen si esta gente tuviera el 50% de las tierras a
 través de un proceso de reforma agraria: estarían produciendo comida en
 forma abundantísima, con excedente incluso”. 
 
 Al mismo tiempo, 
la agroecología trae otras ventajas que no tiene la revolución verde. 
“Por ejemplo –señala Altieri– es socialmente activante, porque para 
practicarla tiene que ser participativa y crear redes de intercambio, 
sino no funciona. Y es culturalmente aceptable porque no trata de 
modificar el conocimiento campesino ni imponer, sino que utiliza el 
conocimiento campesino y trata de crear un diálogo de saberes. Y la 
agroecología también es económicamente viable porque utiliza los 
recursos locales, no entra a depender de los recursos de afuera. Y es 
ecológicamente viable porque no pretende modificar el sistema campesino 
sino optimizarlo. La revolución verde buscó cambiar ese sistema e 
imponer un conocimiento occidental sobre el conocimiento campesino. Por 
eso ha tenido mucha repercusión en las bases”, concluye. 
 
 Un 
factor importante a considerar es que la producción agroindustrial de 
gran escala es menor cuando se considera la producción total. O sea, los
 monocultivos son más productivos en términos de mano de obra; pero la 
agricultura campesina produce mucho más por hectárea. “Si haces un 
gráfico de producción total contra área –indica Altieri–, la curva de 
producción va bajando en relación al área de la finca. Porque no estamos
 comparando producción de maíz con maíz, sino que estamos comparando la 
producción total de la finca. ¿Y qué produce el campesino? Produce maíz,
 habas, papas, frutas; cría cerdo, pollo... Y cuando analizamos así el 
sistema, nos damos cuenta que es aproximadamente 20 a 30 veces más 
productiva. Eso da una base muy importante para pensar en reforma 
agraria”. 
 
 Otra ventaja es su mejor resistencia al cambio 
climático. No sólo porque no genera calentamiento global –a diferencia 
de la agricultura industrial, con su alto consumo de combustibles 
fósiles–, sino que hay evidencias de que resiste mejor fenómenos como 
las sequías. Los monocultivos, que crecientemente dominan los paisajes 
agrícolas del mundo, “son altamente susceptibles porque tienen 
homogeneidad genética y homogeneidad ecológica”, como lo evidenció la 
sequía del año pasado del Mid-West de EU, la más grande en 50 años, 
donde la agricultura transgénica de maíz y soya perdió el 30% de todo el
 rendimiento, según Altieri. 
 
 ¿Cuáles serían, entonces, las 
políticas públicas clave para que un país promueva y desarrolle en serio
 la producción agroecológica? 
 
 Nuestros entrevistados 
coinciden en reconocer que la producción agroecológica, por ser 
artesanal e involucrar mayor mano de obra, tiene costos de producción 
más altos y debe ser mejor pagada; entonces se requieren políticas de 
fomento y subsidios que protejan a la agroecología y a los pequeños 
agricultores. De este modo se puede lograr que la comida sana esté al 
alcance de las mayorías, y que no sea solamente un producto de consumo 
de lujo de los sectores adinerados (como ocurre, por ejemplo, con los 
productos orgánicos que se exportan al Norte). 
 
 Miguel Altieri 
destaca, en este sentido, la experiencia de Brasil, con el programa del 
Ministerio de Desarrollo Rural que compra el 30% de la producción al 
campesinado, reconociendo su rol estratégico. Es una comida sana que se 
destina al consumo social, en las escuelas, los hospitales, las 
cárceles. “La agricultura familiar en Brasil cuenta con 4.7 millones de 
agricultores que producen el 70% de la comida en 30% de la tierra; es un
 papel fundamental para la soberanía alimentaria”. 
 
 Entendieron 
que para protegerla, no podían poner a los pequeños productores a 
competir ni con los grandes, ni con la producción de EU o de Europa “que
 es una competencia totalmente desleal”. El investigador considera un 
acierto que ese país haya creado dos ministerios del sector: el de 
Agricultura, para los grandes productores (que evidentemente van a 
seguir existiendo), y el de Desarrollo Rural para los pequeños, con 
proyectos de investigación, extensión, políticas agrarias específicas 
para el agricultor campesino. Incluso dice que este último ministerio 
tiene más recursos que el de Agricultura. “Lo que no funciona es cuando 
el Ministerio de Agricultura cuenta apenas con una pequeña oficina o 
secretaría del agricultor familiar”, algo que pasa en la mayoría de los 
países. 
 
 Apoyar las prácticas agroecológicas con investigación y
 con extensión agroecológica es otro elemento clave. “Mucho gente 
pregunta: ¿puede la agroecología alimentar el mundo, puede ser tan 
productiva? Pero mira, todos los institutos nacionales de investigación 
agropecuaria, los centros internacionales de investigación, las 
universidades, durante 60 años han financiado investigación en 
agricultura convencional. ¿Qué tal si a nosotros nos dieran el 90% de 
ese presupuesto para apoyar la agroecología? La historia sería otra”, 
reflexiona Altieri. Señala a Cuba como el país más avanzado en este 
sentido, por la situación que enfrentó en el periodo especial. Una 
ventaja fue que tenía los recursos humanos para hacerlo, tenía 
agroecólogos formados; y a través de la Asociación Nacional de 
Agricultores Pequeños (ANAP), 120 mil agricultores en 10 años 
incorporaron la agroecología, con altos niveles de producción y 
eficiencia energética. 
 
 Quizá el obstáculo mayor es la falta de 
voluntad política, combinado con intereses multinacionales “que están 
siempre empujando en el sentido equivocado”. Altieri cree que el cambio 
climático es lo que finalmente va a poner los límites a la agricultura 
industrial. En el caso de países como Ecuador y Bolivia, cuyas 
constituciones ya establecen la soberanía alimentaria, el investigador 
considera que tienen “una oportunidad histórica: si no es ahora, 
¿cuándo?” Él les ha propuesta establecer un proyecto territorial piloto,
 pues “el manejo territorial implica ecología del paisaje y otras 
dimensiones del diseño que van mucho más allá del diseño de la finquita 
particular. Porque si hay campesinos que practican la agroecología pero 
están dispersos, no se puede hacer una conversión territorial. Así 
aprendamos, porque no tenemos todas las respuestas”. 
 
 ¿Una agricultura de pequeña escala? 
 
 Nos preguntamos si la agroecología puede aplicarse en cualquier escala,
 o si es básicamente para la pequeña agricultura, y si eso es una 
limitante. Marc Dufumier considera que, por su esencia, sirve para la 
agricultura familiar, aunque reconoce que es más accesible a la mediana 
producción familiar que al minifundista, por su poca capacidad de 
ahorrar e invertir en tracción animal, carretas, producir estiércol y 
fertilizar por la vía orgánica. Las unidades familiares de tamaño 
mediano serían, además, las óptimas para generar empleo y evitar el 
éxodo rural. Los grandes productores agrícolas, en cambio, “tienen la 
capacidad de inversión, pero no tienen el interés, porque quieren 
maximizar la rentabilidad del capital financiero invertido, y amortizar 
la inversión sobre grandes superficies, entonces su interés es el 
monocultivo que es todo lo contrario de la agroecología”. 
 
 Para 
Miguel Altieri, en cambio, la agroecología es una ciencia que entrega 
principios de cómo diseñar y manejar sistemas agrarios, de cualquier 
escala, pero con respuestas tecnológicas diversas, según el caso. “Yo he
 mostrado ejemplos de fincas de entre 500 y 3,000 hectáreas que se 
manejan agroecológicamente. Estoy hablando de un rediseño del sistema 
agroecológico con biodiversidad funcional, con rotaciones, con 
policultivos, que toman otras formas en la gran escala, porque hay que 
usar maquinaria por supuesto, no van a manejar 3,000 hectáreas con chuzo
 ni con tracción animal. 
 
 Entonces hay muchos ejemplos de que se
 puede hacer a gran escala. Lo que pasa es que en América Latina, dada 
la importancia estratégica de la pequeña agricultura, la agroecología 
siempre se dedicó a solucionar el problema de la agricultura familiar, 
campesina, pero eso no significa que no se pueda aplicar a gran escala”.
 
Fuente original: http://forumenlinea.com/ 
 
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