REINALDO ITURRIZA 28.AGO.2013
El 10
de agosto de 2012, hace poco más de un año, se registró la primera Comuna en
Venezuela. Eso ocurrió en el municipio San Francisco del estado Zulia. “Gran
Cacique Guaicaipuro” lleva por nombre la Comuna que también se llevó los honores.
Pero
no fue sino hasta después del célebre “Golpe de Timón” del comandante Hugo
Chávez, aquel 20 de octubre, que se aceleró el proceso de registro: dos en
noviembre, nueve en diciembre, 26 en enero de 2013. En adelante sobrevino un
lento pero sostenido declive, sin duda determinado por las urgencias políticas
que nos tocó enfrentar y superar, hasta que en junio pasado, en pleno gobierno
de calle, comenzamos a remontar: 13 registros, 24 más en julio…
Al día
de hoy, la cantidad de Comunas registradas asciende a 103. Esto es, Comunas
“reconocidas” por el Gobierno Bolivariano. Pero además (y ésta, como la
anterior, es una cifra que crece sostenidamente), existen 377 Comunas llamadas
“en construcción”. Por último, hemos identificado al menos 409 casos
adicionales de pueblo organizado que ha manifestado su voluntad de constituirse
en Comunas.
Los
que sacan cuentas ya lo saben: entre todas, estamos hablando de 889 trincheras
desde las cuales se batalla para construir nuestra muy singular, irrepetible y
“topárquica” versión de socialismo. Y tenga usted por seguro que hay más:
lugares a los que no hemos llegado todavía, experiencias que no hemos conocido.
Ahora
bien, más allá de los números, indispensables para guiarnos, están las
historias. La gente de carne y hueso.
Contar
la historia de las Comunas es contar la historia del chavismo, le comentaba
hace algunos días a Carola Chávez, con quien he conversado en extenso sobre el
asunto. No es posible entender por qué una porción de la sociedad venezolana ha
decidido organizarse en Comunas si no somos capaces de identificar la
singularidad histórica del fenómeno chavista.
En
estos días difíciles, en que afloran temores e incertidumbres, es oportuno
recordar uno de los signos distintivos del chavismo: si lo normal de las
sociedades es resistirse al cambio, lo que define al chavismo es su resistencia
a conformarse con más de lo mismo. El chavismo es un sujeto político
beligerante, cuya cultura política está profundamente reñida con la
resignación.
En
nuestras sociedades capitalistas contemporáneas se impuso un sentido común, que
se expresa de múltiples formas: no hay nada más allá del capital. Uno de los
éxitos indiscutibles del capitalismo es haber persuadido a millones de personas
en todo el mundo, y en particular a los más jóvenes, de que luchaban por su
“superación” personal cuando de hecho estaban declarándose vencidos y resignados.
El
capital, que a la hora de autorreproducirse no conoce de límites ni de
fronteras, construye sin embargo una sociedad donde no hay horizonte más allá
de sí mismo, no importa si pone en serio riesgo la supervivencia de la especie
humana.
Dentro
del capitalismo todo es posible, a condición de que todo sea posible para unos
pocos, y de que los muchos no tengan nada. Todo es posible, sí, pero no para
los invisibles, porque ellos no cuentan, porque ellos no entrarán a la
historia, porque la historia es lo que sucede a pesar de ellos, de su
existencia insignificante.
En el
capitalismo la “superación” personal es en realidad el sálvese quien pueda. La
competencia desalmada. El egoísmo. Nada de libre desarrollo de la personalidad,
porque la personalidad solo se desarrolla plenamente en colectivo, con el otro,
con los comunes.
Volviendo
sobre lo central: puede que esta Revolución no se parezca a las revoluciones de
libritos de autores europeos que nos leímos como cartillas. Pero cuando uno
tiene el extraño privilegio histórico de ver cómo un pueblo aparece; cómo se
estremece y moviliza; cuando uno ve un pueblo renuente a resignarse; cuando uno
ve a un pueblo votando “locuras” como la construcción del Socialismo
Bolivariano o la preservación de la vida en el planeta, uno sabe que está en
presencia de una Revolución.
Cuando
una parte del pueblo chavista expresa su deseo de organizarse en Comunas es
porque, para decirlo con Óscar Varsavsky, ha desarrollado un nivel de
conciencia tal que no se resigna a la tendencia más probable. En cambio, está
apostándole a construir “futuros más deseables”.
Acompañar
este extraordinario proceso de construcción de Comunas significa al menos dos
cosas: en primer lugar, crear las condiciones para que cada vez más pueblo
desee agruparse en Comunas. La
Comuna no será una realidad que se imponga, ni habrá Comuna
aérea que valga. Ella debe ser un anhelo, una necesidad incluso. La Comuna no es otra cosa que
la oportunidad de vivir mejor, de vivir una vida que nos guste, que merezca la
pena ser vivida. Por eso la construcción de Comunas está estrechamente asociada
a una de las 12 líneas de trabajo que definió nuestro presidente Nicolás
Maduro: “Impulsar una revolución cultural y comunicacional”. Hay que vencer el
sentido común capitalista, sinónimo de resignación y pueblo vencido, allí donde
se exprese.
En
segundo lugar, este proceso nos exige, siguiendo con Varsavsky, hacer de ese
futuro deseable por nuestro pueblo un futuro viable. Porque sabemos de sobra
que deseos no empreñan.
Hay
que arremangarse la camisa y trabajar incansablemente para que la nueva
sociedad termine de nacer. En este punto el imperativo continúa siendo: reducir
progresivamente la distancia entre institucionalidad y pueblo organizado.
Apurarnos para caminar al ritmo del movimiento real.
En esa
andamos.
reinaldo.iturriza@gmail.com
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